
Gastronomía
Ronda de bares: Un bar de destino en Huesca
En Bar Bodega Pirineos, el tópico se vuelve verdad: el bar como confesionario laico, como diván colectivo sin título, pero con oído agudo

En el territorio de los bares mayúsculos —esos que no necesitan publicidad ni redes, porque su clientela los lleva tatuados en la memoria— brilla con luz propia el Bar-Bodega Pirineos. Está fuera del centro, como mandan los códigos del temple, pero bien dentro de los corazones de quienes entienden que un bar no es solo para comer y beber, sino para estar. Para ser. Para hablar. Para vivir un poco más claro.
Aquí el tópico se vuelve verdad: el bar como confesionario laico, como diván colectivo sin título, pero con oído agudo. En esta tremenda taberna con su barra en esquinazo, los parroquianos no se callan ni debajo del grifo. Se charla, se discute, se arregla el mundo y se vuelve a desarreglar antes del segundo vermú. Los camareros no son meros sirvientes: son parte de la tertulia improvisada. Actúan como notarios del ánimo local. Dos parroquianos se meten con el alcalde, y el cura —que se apoya detrás del mostrador con copa en mano— suelta: "No me creía que tenías tan mala boca". Mala para la política, buena para el bocado.
Porque aquí se come como se debe. Con fundamento y sin parafernalia. Los encurtidos son imperiales, con una trilogía que ya debería estar en los libros de texto: piparra, alcachofa y cebolla en vinagre de Módena. Luego vienen los ahumados, como el emperador, que hace honor al nombre. Y el vinagrillo, ese festival de acidez gloriosa. Laterío de precisión, curados con solera, quesos que hacen patria.
Todo se riega como Dios manda: vermú bien tirado, barriles con historia y una selección de vinos por copas que apuesta sin complejos por las denominaciones aragonesas. Hay respeto por la tierra y por la copa. Fernando, el dueño, lo dice claro: "Siempre hay lío a la hora del vermú". Y bendito sea ese lío. Porque hay bares que uno encuentra por casualidad, y otros que se convierten en destino. Este es de los segundos. Para vagamundos de barra y palabra. Para quienes entienden que en la esquina de una taberna también se puede ser feliz.
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