Moda eclesiástica

Sorcinelli: el sastre papal gay y católico

Diseña las vestiduras más sagradas. Fue organista, antes que modisto, y es una figura incómoda en el Vaticano

Filippo Sorcinelli, sastre del Papa
Filippo Sorcinelli, sastre del Papa Docdays Productions

Filippo Sorcinelli tiene un pie en el altar y otro en el «avant-garde». Es el creador de las casullas que lucen altos prelados en lugares tan sagrados como la catedral de Notre Dame de París, la de San Patricio en Nueva York o la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero si uno rasca bajo las capas de seda bordada y los aromas de incienso, aparece un hombre que desafía la ortodoxia desde dentro. Abiertamente homosexual y católico practicante, Sorcinelli lleva más de veinticinco años redefiniendo la estética litúrgica mientras se mantiene fiel a su credo... y a sí mismo, según revela el documental «El sastre del Papa», de ARTE.tv. «No me interesa ser un provocador», suele repetir. Pero lo cierto es que, sin quererlo o no tanto, lo es. En un Vaticano que aún lidia con la disonancia entre doctrina y diversidad, Sorcinelli es un cisne negro con sotana artística. Dejó de ser únicamente el sastre de confianza del Papa para convertirse en un símbolo de algo más grande: la posibilidad de reconciliar lo que muchos consideran irreconciliable.

La música, parte de su proceso creativo

Antes de trazar líneas sobre una tela, Filippo tocaba acordes en una iglesia. Fue organista antes que modisto, y todavía considera la música como parte esencial de su proceso creativo. «Diseñar es también una forma de componer», ha dicho en más de una entrevista. Desde su atelier en la región de las Marcas, cada pieza que sale de sus manos es una sinfonía visual en la que confluyen historia, espiritualidad y diseño de autor.

Sus casullas no son prendas, son discursos. «No solo tenemos en cuenta la artesanía, sino también los periodos históricos», explica. Y eso se nota en cada bordado inspirado en el románico, cada silueta que dialoga con el barroco o cada color que remite al calendario litúrgico. No es casualidad que estas obras maestras empiecen en los 6.000 euros. No se pagan por vestir la misa, sino por vestir la eternidad. Cada costura cuenta una historia que enlaza el presente con los milenios de tradición católica, y cada tejido parece susurrar plegarias antiguas a quien lo observa con detenimiento.

Filippo Sorcinelli, en su atelier de Roma
Filippo Sorcinelli, en su atelier de RomaDocdays Productions

Y, sin embargo, Sorcinelli lamenta que a menudo no se reconozca «la sensibilidad y el respeto» que aporta a este sector tan delicado. Tal vez porque se mueve en una zona de fricción entre lo divino y lo humano, entre la liturgia y la libertad personal. «Mi vida privada no debería interferir con mi trabajo profesional, y estoy convencido de que la gente aprecia lo que hago. De lo contrario, no llevaría veinticinco años dedicándome a esto», asegura con la serenidad de quien ha hecho las paces consigo mismo.

Más allá de la aguja y el hilo, Sorcinelli ha construido un universo estético propio. Tiene una línea de perfumes con nombres tan evocadores como Nebbia Fitta o Unum, cuyas fragancias remiten a sacristías antiguas, criptas húmedas o jardines de convento al amanecer. Perfumes pensados no para seducir, sino para evocar, para abrir portales sensoriales hacia territorios que pocos se atreven a explorar. Porque en el mundo de Sorcinelli, la belleza nunca es superficial: es una forma de teología.

También dirige un laboratorio artístico donde se exploran textiles, escultura y fotografía, todo con un aire monacal pero inquietante, como si el gótico hubiera conocido la pasarela de París. Cada proyecto de Sorcinelli parece cuestionar silenciosamente los límites de lo permitido, en un equilibrio constante entre la reverencia y la ruptura.

[[H2:«Incompatible con la Iglesia»]]

Esa identidad compleja le ha valido la admiración del mundo del arte y la moda, aunque dentro del propio ámbito religioso aún haya reticencias. En alguna ocasión, ha recibido críticas desde sectores ultraconservadores que lo consideran «incompatible con la Iglesia católica». Él responde con compostura: «No soy yo quien debe cambiar, sino la mirada de quien observa».

La paradoja es que su éxito dentro de la jerarquía eclesiástica es también innegable. Sus piezas han acompañado a varios pontífices, incluido el Papa Francisco, que ha demostrado en numerosas ocasiones una apertura pastoral muy distinta a la de sus predecesores.

Para Filippo Sorcinelli, sin embargo, ese reconocimiento no borra la complejidad del camino recorrido hasta ahora. «A veces echo de menos que se entienda lo mucho que implica vestir a alguien que habla en nombre de Dios», reflexiona.

Y aunque el peso simbólico de su trabajo sea inmenso, él insiste en mantener los pies en el suelo. «Diseñar para la Iglesia es una forma de servir, no de brillar». Pero brilla. Y lo sabe. Y, en el fondo, también sabe que su luz –igual que la de los vitrales antiguos– no existiría sin la sombra que la define.