Cataluña

Rafael Peralta: «Lo peor de envejecer es la edad»

Entrevista al rejoneador

Rafael Peralta: «Lo peor de envejecer es la edad»
Rafael Peralta: «Lo peor de envejecer es la edad»larazon

l caballero me dice que sin sus caballos no sabría vivir, pero no se derrite en sentimentalismos ecuestres: «No les susurro como el de la película, yo les doy cariño y ellos me dan confianza, satisfacciones; tienen memoria, pero no sienten afecto por su amo; no son como los perros».

–Usted y su hermano Ángel fueron algo así como el Dúo Dinámico de los rejoneadores...

–Nos decían «Los centauros de las Marismas». Cuando el caballero y el caballo se entienden, se convierten en un solo cuerpo.

–Me parece que quiere más a sus caballos que a las mujeres...

–Cada cosa en su momento y en su sitio. Los caballos son parte de mi familia.

Sin ellos, Rafael Peralta, que viene del horizonte de su rancho «El Rocío» después de montar sus cuatro horas diarias, se sentiría raro. El principio de algunas gestas de caballerías fue el hambre, la apuesta, la cabezonería o la locura; en este caso, fue una broma: alguien hizo que un representante le confundiera con su hermano, puso en el papel Rafael en lugar de Ángel, y se encontró con cuatro corridas por delante y ninguna experiencia por detrás: «No había rejoneado nunca, pero me dije "ahí voy", y en mi primera plaza le corté el rabo al toro. Gracias al caballo, claro». Eso fue en el 57, al año siguiente ya toreó 48 festejos. Luego llegó el trío con su hermano y Vidrié, y después el cuarteto con su hermano, Álvaro Domecq y Lupi. Eran «Los cuatro jinetes del Apocalipsis».

–A Jesulín le tiraban sujetadores y bragas. ¿Y a usted?

–Me han tirado cecina, jamón, chorizo... bragas, nunca. Por cierto, en aquella corrida de Jesulín sólo para mujeres, mi hija Rocío fue la ganadera.

Tiene el caballero una anécdota pegada a cada dato. Le comento lo del polémico torneo del Toro de la Vega (Tordesillas), que cada año es alanceado hasta morir por gentes que montan nobles brutos.

–Eso no me gusta mucho –dice–, la tradición no lo justifica todo. Pero, ¿por qué prohíben las corridas en Cataluña y sin embargo permiten ponerles fuego en los cuernos a los toros en esas fiestas que hacen?

–¿Dónde termina el arte y comienza la crueldad?

–Cuando se produce el arte, ese momento mágico que lo envuelve todo, la crueldad desaparece. Pero en la corrida hay siempre momentos crueles.

Sólo uno de cada mil caballos sirve para el rejoneo. Proporcionalmente, han muerto más rejoneadores que toreros de a pie, luego no es verdad que el riesgo del caballero sea menor, cuenta. Rafael Peralta dejó las plazas en 2000. Quedaban atrás 43 temporadas, más de 3.000 corridas y más de 5.000 toros lidiados.

–Y digo yo, a veces en sueños, ¿no ve a esos 5.000 toros corriendo hacia usted, buscando empitonarle por venganza?

–No. Los maté sin agresividad, con arte. El toro nace para morir, como el hombre.

–¿Qué le gustaría borrar de todos esos años?

–Los percances, las heridas. En Vitoria, un toro me partió la tibia y el peroné. Lo pasé muy mal.

No es supersticioso, pero se guarda del amarillo. «Una vez me puse un niki amarillo y se me murió un caballo». Escribe letra y música de canciones. «Tócalo, tócalo», que cantan Los del Río, le ha dado un buen dinero. No es un músico o un cantante frustrado, «me ha gustado ser lo que soy, vivir como vivo, en el rancho, con mis caballos, el campo y la ganadería». Conoció a Ava Gardner («le gustaba el aguardiente, pero es la mujer más guapa que he visto») y a otras estrellas. Dalí iba a la plaza vestido de payés cuando toreaba en la Costa Brava. «Quería que toreara en el patio de su Museo de Figueras, pero, don Salvador, le decía yo, si no cabemos el caballo y yo...». Le quiso pintar un mes de julio con su caballo «Indiano», pero no pudo posar porque tenía muchas corridas firmadas.

–Hizo una película, vivió la dolce vita, pero al final...

–Al final nada como el campo. Es lo mejor.

–¿Y cómo se ve en el espejo?

–Bien, estoy delgado, en forma. Soy un hombre feliz que envejece bien y que piensa que ésta es una buena edad para estar aquí. No celebro los cumpleaños. Cuando cumplí los 80 le dije a mi mujer: «No me hagas una fiesta sorpresa, por favor; por una vez me hizo caso». Lo peor de envejecer es la edad, ¿entiende?

Entiendo. Dejó el tabaco y las copas hace muchos años. Ya sólo bebe vino tinto. En el 82 vio un ovni. Desde entonces, cuando mira las estrellas le parece que comprende mejor el universo y sueña con la inmortalidad: «Creo que hay vida por ahí; queda mucho por descubrir».