Historia

Estocolmo

Los Bernadotte y la modernidad

La Razón
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La ciudad francesa de Pau no es sólo famosa por ser la cuna del rey Enrique IV de Francia, primero de los Borbones galos, sino que se gloria de haber visto nacer al que luego sería rey Carlos XIV Juan de Suecia. Vino al mundo como Jean-Baptiste Bernadotte, hijo de un procurador, y llegó a ser mariscal de Francia y príncipe soberano de Pontecorvo, para luego reinar, desde 1818, como Carlos XIV de Suecia y Carlos III de Noruega.

El indómito Bernadotte, paradigma de la fulgurante ascensión de los Bonaparte y sus allegados, estaba casado con Désirée Clary, hermana de Julia, mujer del rey José Napoleón I de España, y ambas hijas de un rico comerciante marsellés. Así, como si del cierre de un ciclo se tratara, de ese matrimonio entre un aguerrido y afortunado militar y una burguesa del Mediodía francés, desciende la princesa Magdalena de Suecia, duquesa de Hälsingland y Gästrikland, no menos indómita que su antepasado, y que ahora se casa con Christopher O'Neill, que no ostentará título alguno por decisión propia. Los reyes Carlos XVI Gustavo y Silvia, ella nacida en Sommerlath, hija de un empresario alemán y una brasileña, abrieron un camino de matrimonios desiguales que han continuado sus dos hijas y que parece que seguirá también el príncipe Carlos Felipe, que no ha demostrado demasiado interés por princesas casaderas y que vio cómo sus expectativas al trono se veían postergadas por el cambio de la ley de sucesión que hizo que su hermana Victoria se convirtiera en princesa heredera.

El siglo XIX europeo se caracterizó, entre otras cosas, por bastantes cambios dinásticos, aunque casi siempre se ofrecían las coronas a miembros de alguna familia soberana o principesca. Así sucedió en Bulgaria (Battenberg y luego Sajonia-Coburgo), Rumanía (Hohenzollern-Sigmaringen), España (Saboya, tras el fallido intento de traer a un Hohenzollern-Sigmaringen), Albania (Wied), o Grecia (Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg). El caso de Suecia, anticipándose a su ya acostumbrada modernidad, fue diferente. Se eligió a Bernadotte como heredero de Carlos XIII de Suecia, que no tenía hijos. El bearnés llevó a Estocolmo aires nuevos y nunca habló más idioma que el de Molière.

Los sucesivos matrimonios de los Bernadotte les fueron enlazando con viejas dinastías europeas, pero siempre mantuvieron cierta propensión a lo francés más avanzado y una tendencia a reformas que en otros países llegarían mucho después. Carlos XIV Juan, que había añadido a su nombre –al modo revolucionario– el de Jules en honor a Julio César, fue bastante conservador, quizá por pasión de converso. Pero su hijo Oscar I, reformista y liberal, casado con Josefina de Leuchtenberg, nieta de la emperatriz Josefina de los franceses, tuvo dos amantes que le dieron descendencia. Carlos XV fue tan avanzado como Oscar I concediendo a las mujeres el derecho a voto, algo insólito en la época, lejos aún de los movimientos sufragistas británicos. Oscar II, escritor y experto musicólogo en unos años en que no era común que un rey publicara, fue padre de Gustavo V, gran tenista y de poco convencional vida íntima, que en sus últimos años no se preocupó en ocultar. Gustavo VI Adolfo, experto arqueólogo, fue padre de Gustavo Adolfo. Éste, campeón de equitación y progenitor del actual monarca, no llegó a reinar por su temprana muerte, que hizo que a Gustavo VI Adolfo le sucediera Carlos XVI Gustavo, rey de una dinastía que se anticipó a su época.