España
Pedro J. Herreros, ex Pecos: «No me quiero morir en un escenario»
Pedro J. Herreros, ex Pecos / Cantante y compositor
Vive en Villaviciosa de Odón, Pedro es un tipo que, como cualquier vecino o hijo de vecino, cada día va andando por el centro de su villa a comprar el tabaco y el pan. Además, David, su hijo de 20 años, juega en el equipo de fútbol local, en Tercera. Su padre dice que técnicamente es una máquina. Su sueño sería verlo en el Real Madrid: el moreno de los Pecos es merengue perdido.
–He leído que su hermano y usted empezaron a cantar en festivales de canción protesta...
–Sí, en kermés y festivales; teníamos doce años y allí estábamos con Luis Pastor y otros, cantando canciones protesta y levantando el puño, que era lo que se llevaba en aquellos tiempos y en aquellos lugares.
–Pero nacieron como Pecos y dejaron de protestar...
–Sí, empecé a componer canciones para enamorar a las chicas.
–Serrat me dijo una vez que él empezó en esto de la música para poder tocar el culo a las chavalas...
–Lo mismo me pasó a mí. Creo que por eso empezamos el 99 por ciento de los que cogemos una guitarra.
–Parece que conseguir el éxito muy joven marca de una forma especial...
–La verdad es que sí. Llegas lleno de ingenuidad y te la quitan enseguida. Descubres de golpe que esto no es un juego y que hay una cosa que se llama la industria. Yo sólo quería hacer música y me encontré con un negocio enfrente. Eso es lo que pasa. Y la industria te lleva...
Dice que no se hizo adicto al éxito ni ha sufrido nunca el síndrome de la falta de aplausos, «porque a mí me interesa más la creación, componer, que cantar; no pienso morirme en el escenario; lo dejaré mucho antes». Se casó con 22 años y treinta después sigue con la misma. Si Francisco Javier, su hermano, el rubio, empezó barnizando puertas, Pedro José, el moreno, iba para electricista, «y acabé con la guitarra eléctrica».
–Los Pecos vendieron cuatro millones de discos en 30 años de carrera. Debe de ser muy rico...
–Sí, estoy forrado, ja, ja, ja. Tengo dos hijos y una casa que mantener, si no curras, te comes lo ganado. No me obsesiona ni el dinero ni los premios, que sólo sirven para ponerlos en estanterías y quitarles el polvo. Un premio siempre es algo injusto, hasta cuando te lo dan a ti: siempre hay alguien mejor que tú que se lo merece más.
–Se separan en el 86. ¿Quizá porque ya no tenían tanto éxito?
–Volvimos de la mili y ya había cambiado todo. Estaba La Movida, y nosotros no estábamos en ella. Necesitábamos reinventarnos. Lo más difícil es mantener el éxito: las modas cambian, la gente cambia, tú cambias...
–Y me imagino que no es bueno trabajar junto a un hermano tanto tiempo.
–No, no es bueno, se puede convertir en algo terrible. Es más complicado que vivir con una mujer. Cansa.
En el 87 sacó un disco en solitario, «Prefiero combatir», mayormente porque al moreno (ahora ya calvo) no le gusta quedarse con los brazos cruzados. Le gusta iniciar proyectos, esa ilusión de los principios. «Soy peleón, tengo fama de conflictivo por defender mis opiniones y creencias».
–Por cierto, ¿en qué cree?
–En el trabajo, en tu labor, en tu obra. Ahí está todo, es tu recorrido vital, lo que vas a dejar. No hay más.
–Regresaron en el 93. ¿Segundas partes nunca fueron buenas o...?
–Fueron buenísimas. Tocamos juntos hasta 2011 y fue fantástico. Cambiamos el chip y empezamos a tocar en directo.
Y ahora vuelve al directo en solitario, desde primeros de mayo está de gira por toda España con «Una vida de canciones». Cuenta que ha dejado en el esqueleto, en su esencia, un puñado de las más de 400 canciones que ha compuesto («las que yo quiero más las que me van a pedir»), y que, con cuatro músicos amigos y una chica que hace voces, hala, a actuar en salas y pequeños teatros hasta octubre o así. Luego, quizá se vuelva a juntar con su hermano para, como Pecos, hacer una gran gira de despedida que dure un año o más.
–¿Y luego, qué?
–Pasar la antorcha a los jóvenes, para que se quemen ellos, ja, ja, ja.
Del pasado no borra nada porque ha aprendido más de los errores que del éxito, dice. Ve en el espejo su calva, sus arrugas, y no le preocupan nada. Sabe, eso sí, que tiene que empezar a cuidarse, dejar de fumar, hacer ejercicio... No es gastrónomo: «Como por necesidad y me aburren las sobremesas». Juega al mus. Cree que lo peor de envejecer es perder la capacidad de sorpresa, estar de vuelta de todo. Confiesa en un susurro que todavía (tiene 52 años) no le da miedo la muerte, «pero también le digo que si me muriera ahora mismo, me cabrearía».
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