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Gastronomía

Ronda de bares: la barreja en el templo de Josep

Una bodeguita popular donde uno entra como quien atraviesa un refugio

Bar Josep de la Quadra Cedida

La barreja es una autóctona bandejita catalana donde caben el berberecho, la navaja, el calamar, la almeja y, cómo no, unas olivas bien puestas. Es más que un surtido: es una declaración de intenciones. Pura expresión latera, homenaje al vinagre y a esa costumbre de abrir apetito limpiando los excesos, o las penas, de la víspera. Es un puzle catalán de marisco cotidiano, símbolo de barra, de calle y de vida breve pero intensa.

Y si la barreja tiene patria, su altar de resistencia está en el Bar Josep de la Quadra, una bodeguita popular donde uno entra como quien atraviesa un refugio. Suena un bolero que desacelera el pulso y devuelve el paso. En esa barra de metal, que no pretende ser vintage, simplemente lo es, se asienta la verdadera liturgia: la de los bares que no piden perdón por existir.

La familia Creu Rives lleva 65 años en esta punta de lanza del bar de siempre, aunque en 2021 cambiaron de localito. La historia viene de largo, escrita en servilletas y botellas vacías. Pepita, con más de 81 primaveras a sus espaldas, recordaba con precisión: “Cuando me casé, hace 60 años, mi suegro ya llevaba un lustro abriendo y cerrando la barra”. Entonces el bar estaba cerca de la cárcel provincial. Hoy, esa esquina la ocupa el edificio de Hacienda, metáfora perfecta de esas supuestas libertades que inquietan más que redimen.

"No hay carta, ni plato, ni mise en place que supere ese gesto de verdad"

Pepita, ya jubilada, bajaba cada mañana a ver a su hijo y a los parroquianos de toda la vida, que la celebraban como a una santa sin altar. Mientras suena Sinatra -porque aquí se escucha lo que se ha vivido-, el cocinero sentencia con rotundidad: "Aquí preparamos las cosas como en casa"

Y tiene razón. Porque no hay carta, ni plato, ni mise en place que supere ese gesto de verdad. La barreja, con su vinagre, su mar y su olivita, nos recuerda que los grandes placeres caben en una bandeja pequeña.

Y en el bar Josep, esa bandeja sabe a dignidad, a casa y a historia que no necesita escaparate.