Diseñadores

Una boda a flor de piel

Imagen de la pareja
Imagen de la parejalarazon

Hay bodas y bodas. Todas marcan estilo con sus respectivas idiosincrasias. Bien diferente fue el enlace castellonés, alicatado hasta el techo con abundancia de tules, lentejuelas rutilantes, faldas emplumadas. Más sobrios y refinados fueron los novios, Miguel Ángel Perera y Verónica Capea, en una Salamanca redorada por el sol otoñal. Con él se acentuaba el pétreo rosado de Villamayor, donde se ubica el restaurante y tablao del banquete en el que cantaron «Los del Río» y Juan Peña. La piedra de la que está hecha la ciudad es muy singular, se corta como el queso y luego se endurece a base de siglos envejeciendo, como los buenos vinos. No hubo pasarela de revistero como en la boda de la hija del dueño de Porcelanosa, donde relucieron desde el clan Preysler a Carmen Martínez- Bordiú. Vestida con un mono cremoso sin un halo de traje de fiesta, asistió sólo al cóctel y a la cena, acompañada por su novio, Luis Miguel Rodríguez, y coreó al mariachi con el que fueron recibidos los novios.

Desearon al maestro mejor futuro que en su anterior enlace con la aprovechada Elena Fernández, que al separarse le hizo un quite nada torero. Perera le retiró todas las tarjetas de crédito, pero olvidó la de «El Corté Inglés» y ella le desplumó hasta agotar los 60.000 euros que tenía de tope. Se enteró cuando le llamaron advirtiéndole de que «ya no gastase más». Casi le dio un soponcio, seguido de los consabidos improperios. Recordaban tan picaresco lance mientras sonaban en la catedral las trece piezas clásicas a cargo del coro Tomás Luis de Victoria, del que forma parte la soprano Elena Blanco. El repertorio coincidió con el de la boda de María Colonques en el «Canon» de Pachelbel y el «Ave María» de Schubert, –como si no hubiera donde escoger–. Distinta fue la coincidencia en rojos en acontecimiento de contrapunto torero donde el paseíllo lo hicieron «ellas». Son las sufridoras en casa, aunque Verónica es de las que va a la plaza y padece en directo, no como Carmen Ordóñez, a quien Cari Lapique, entonces íntima suya, detallaba cada plante usando el portátil . Todo cambió cuando Francisco Rivera tonteó con Carla Gayanes bajo su propio techo familiar, menuda faena.

Bodón con rojos predominando en la indumenta femenina salvo en Palomita Cuevas –¡bellísima y con la melena más rubia!–, que siempre sobresale. Lo hizo con un Belén Molinero corto, con bolsillos y falda amplia, un aire «look» casi homenaje a su inventor Christian Dior. Guantes por encima del codo en el mismo azul desleído del traje y pendientes rutilantes de los primeros que diseñó para Yanes. Tuvo el detallazo de mostrarme fotos de sus niñas conservadas en el portátil donde también hay dos suyas que, cual Demi Moore, la inmortalizan semidesnuda mostrando embarazo y estado de gracia ante Curro Vázquez y su esposa Patty Dominguín que tanto recuerda a Carmina y se encarga de Talavante tras enriquecer a Cayetano –que se disculpó por estar trabajando en Rusia– según descubrió Pedro Trapote con Begoña García Vaquero de encaje azul noche Dolce Gabbana. Paloma es más cielo que los que ella prodigó generosamente con Enrique Ponce revestido con lo último: traje y corbata espigada en grisáceo de Tom Ford –ya no recurre a Gucci salvo en los zapatos de cordón–. Rojo intenso y festivo, de auténtica fiesta nacional, se vio en la novia del gran Morante, que utilizó capa española recamada en terciopelo granate –así afirma nacionalismo e identidad–. Ponce está delgado casi al aire de un Juli refeliz con Rosario Domecq, de atrevido conjunto combinando negros con mangas rosa chicle. Por otro lado,la viveza del rojo iluminó el Juana Martín de Arancha del Sol, el Rosa Clará de Marta González, que va superando lo de Linares JR. –y así me lo dijo aún llorosa–, la clásica de Fernando Romay con falda conformando florones y Marian Rodríguez, dueña del hotel Ercilla de Bilbao, siempre segundo hogar de los matadores por ser tan cálido como las abundantes estolas. Abundantes porque soplaba aire y allí lo hulen: de ahí los zorros plateados de la Domecq o la repetición de chales, estolas, capitas o mantoncitos peludos o pelados concurrentes contrapunteando el conjunto blanquinegro de Laura Vecino mientras el duque de Feria repasaba con aire decaído y tupé abatido el chaqué de Scalpers, su firma, lucido por el novio donde sobresalía un chaleco tan rojo como gran parte de la indumentaria femenina.