África

Benedicto XVI

A propósito del libro de Benedicto XVI por Juan de Dios LARRÚ

La Razón
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Los medios de comunicación se están haciendo eco estos días del nuevo libro-entrevista de Benedicto XVI: «Luz del mundo. El Papa y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald». El periodista plantea un gran número de cuestiones que son respondidas por el Papa de forma concisa y profunda, en un diálogo ágil al que está acostumbrado desde hace tiempo por su trabajo como teólogo y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe.

Las reflexiones de Benedicto XVI rezuman la humanidad y la sensatez que provienen de la fe que ilumina la razón dilatando su horizonte con esa fina sensibilidad por la verdad que acompaña toda su existencia. En sus respuestas, se percibe la visión amplia, profunda y positiva que propone de la sexualidad humana como una dimensión constitutivamente personal. En su primera encíclica, Deus caritas est, el Papa mostró la lógica profundamente unitaria del amor, presentando de un modo original cómo el cristianismo, lejos de envenenar el eros, lo purifica y lo va transformando paulatinamente para alcanzar la forma excelsa del ágape por el que Dios y el hombre entran en una profunda comunión amorosa. Desde esta visión antropológica, que sitúa a Cristo como el vértice de lo humano, el Pontífice afronta la actualidad con humildad y audacia.

La cuestión que ha despertado mayor expectación ha sido la interpretación que se ha de dar a dos preguntas que aparecen al final del capítulo undécimo de la obra en su edición española, a propósito de la lucha contra el sida y el uso de los preservativos. Ya en su viaje a África del año 2009, en la entrevista concedida a los periodistas en el avión, en un texto que el volumen recoge en anexo, el Papa afrontó esta cuestión, afirmando que la distribución de preservativos, lejos de favorecer la solución de esta pandemia, la agrava aún más. En concreto, el Papa no esconde el hecho que el síndrome de inmunodeficiencia adquirida es principalmente consecuencia de comportamientos sociales nuevos y libertarios. En el marco de una cultura pansexual y consumista, la sexualidad se vive prevalentemente como una ocasión de placer. Este pansexualismo conduce a experimentar la sexualidad como una droga que genera adicción, y reduce su horizonte humano y su capacidad para construir una verdadera comunión de personas. La abstinencia y la fidelidad son los modos fundamentales para luchar contra la transmisión del sida. Ahora bien, en el contexto descrito de una humanidad con frecuencia empobrecida, y alentándola hacia un ejercicio más humano y responsable de la sexualidad con frecuencia banalizada, el Papa considera que cuando está en juego la salud y la vida del otro, el hecho de que un hombre que va a prostituirse perciba que la dignidad de la otra persona pide reducir el riesgo del posible contagio a través del preservativo es un pequeño avance, un primer paso hacia la moralidad, hacia el descubrimiento del verdadero significado de la sexualidad.

No se trata, de introducir ningún cambio en la doctrina moral de la Iglesia sobre la anticoncepción que no admite excepciones, y que la encíclica Humanae vitae enseña con autoridad de un modo verdaderamente profético, sino de proponer con gran realismo y concreción la necesidad de educar a las personas y acompañarlas para que descubran progresivamente la verdad plena del amor y de la sexualidad. Las respuestas del Papa han de interpretarse, desde esta perspectiva pedagógica y humanizante que tanto necesita el mundo contemporáneo. No hay, pues, motivo alguno para el escándalo sino invitacióna la reflexión, a desarrollar una pedagogía del amor y la sexualidad.


Juan de Dios Larrú
Profesor de Ética y Teología Moral