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Épica bajada a los infiernos
Dirección : Alexander Sokurov. Guión: Alexander Sokurov, Marina Koreneva y Yuri Arabov. Intérpretes: Johannes Zeiler, Anton Adasinsky, Isolda Dychauk. Rusia, 2011. Duración: 134 minutos. Drama.
Sokurov ha hecho un «Fausto» que se puede cortar a cuchillo, como un día de niebla. Densa y extraña, reniega del modelo expresionista (el de Murnau) para reinventar el neobarroco, y así convertir el mito de Goethe en una guerra de placas tectónicas que sacan chispas, una ensalada de figuras retóricas que, por un lado, pueden hacer ininteligible el valor simbólico de la fábula y, por otro, destacan lo que tiene de orgánico, de telúrico.
Pocos cineastas como Sokurov para transformar una adaptación literaria, completamente atada a la palabra, en una experiencia sensorial, una película que salta de la pantalla para ser olida y tocada. A la cacofonía de diálogos existenciales se le añaden los encuadres claustrofóbicos, los filtros de colores, las lentes deformantes que hacen de «Fausto» un descenso a los infiernos del poder que parece diseñado por el Goya más negro.
Y sí, es el poder, y no el ansia de conocimiento, la que mueve al Fausto de Sokurov. Es un deseo que lo equipara a los gobernantes totalitaristas que han preocupado al cineasta ruso –Hitler en «Moloch», Lenin en «Taurus», Hirohito en «The Sun»– y que parece dinamizar la larga negociación que mantiene con un Mefistófeles disfrazado de mister Scrooge. Es un deseo que en esta épica, magnífica versión de «Fausto» se convierte en lo que sigue moviendo el mundo.
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