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El libro de Saramago

La Razón
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Tal vez soy ingenuo y creo que hay gente a la que le puede interesar un buen libro. Por eso aún me sorprendo cuando veo escenas como la de esta semana, cuando una señora de cierta edad, de esas que disimulan su avanzada edad con capas y más capas de maquillaje, quiso comprar un libro. Como dicen algunos, la escena sucedió en un gran centro comercial de la Diagonal que también incluye librería.La aprendiz de lectora se acercó a una empleada y preguntó por libros en general, un concepto amplio en el que hay espacio para entretenerse con el arcipreste de Hita –llamado Juan Ruiz– o con Paul Auster. La señora quería libros como el que va a la frutería y pide manzanas. Sin pretensión alguna, la estrafalaria dama, que iba acompañada de un joven trajeado –¿su hijo? ¿su amante? ¿su asesor de imagen?–, empezó a ver portadas y portadas de libros. Un servidor, que es cotilla, quedó pasmado al contemplar la escena y el extraño diálogo que la acompañaba. «Este libro no me gusta. No conozco a este escritor». «Esto no puede ser bueno. Ninguna de mis amigas lo lleva a la piscina». Su club social aún no tenía noticias de Marsé.Cuando todo parecía perdido, la dama de los potingues descubrió algo interesante: un ejemplar de una novela escrita por José Saramago. Éste es el muerto, ¿verdad?, preguntó esperando que confirmaran su amplitud de conocimientos sobre las necrológicas de la semana. Cuando le confirmaron que Saramago ya no formaba parte de los mortales, supo que había logrado su Santo Grial literario. Sí, ahora podría presumir ante sus amigas que leía el libro del muerto.