Murcia
OPINIÓN Consumo
El pensamiento serio, poco dado a esoterismos y a libros de autoayuda, sabe que Freud está más rodeado de leyenda que de ciencia. Ahora, un libro del francés Michel Onfray (Taurus) trata de desmitificar al célebre médico, pues, como dice el autor, ya es hora de sacarlo «de la leyenda para introducirlo en la historia, donde será discutido, atacado y, por supuesto, defendido». Pero hace décadas que un filósofo, Popper, lo puso en su lugar, al afirmar, refiriéndose al psicoanálisis y al marxismo, dos teorías que triunfaban en su época, que «una teoría que intenta explicarlo todo es que no explica nada».
Quien sí sacó partido, y mucho, de las teorías de Freud, de las «fuerzas irracionales» que mueven al hombre (y a la mujer) fue su sobrino «americano», Edward Bernays, quien en los años veinte triunfó en los Estados Unidos aplicando pragmáticamente esas intuiciones, cambiando el paradigma industrial (de producir racionalmente según las necesidades del ciudadano a provocar el deseo: comprar cosas no necesarias), lo que hoy llamamos consumismo; creó también el concepto de «relaciones públicas», marketing, etcétera. En suma, se hizo de oro a costa de su tío.
Pero lo curioso es que aquellas lluvias que trajeron estos lodos consumistas eran vistos como una defensa de la democracia, de la libertad y, sobre todo, como un impulso a una economía que no puede dejar de devorar compulsivamente sin otro fin que multiplicarse continuamente a sí misma.
Sale ahora el dato del crecimiento en España durante el primer trimestre del año, un raquítico 0,2 que no creará empleo. Motivo principal: la atonía del consumo interno, los ciudadanos que aún tienen algo no lo gastan por si las moscas. Al final tendrá razón Bernays: el deseo crea riqueza.
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