Elecciones en Egipto

Egipto después de Mubarak

Mientras Egipto entra tambaleándose en una nueva era, un vistazo a sus complejidades y sus sutilezas ayuda a comprender el probable rumbo del país.

La Razón
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El espíritu de la Plaza de la Liberación (Tahrir) es real pero está muy alejado de los entresijos del poder. Las ideas revolucionarias –que la administración pública está para cubrir las necesidades de la población, que los gobernantes deben ser elegidos por la población y que los particulares tienen dignidad y derechos inherentes– han calado entre una parte importante del país, y entre los jóvenes sobre todo. A largo plazo, estas ideas pueden obrar maravillas. Pero, por ahora, son ideas firmemente excluidas de la administración cotidiana.
El gobierno militar va a continuar. Los soldados no se hicieron con el poder con la marcha de Hosni Mubarak hace dos meses sino en 1952, cuando el movimiento de los Oficiales Libres derrocó a la monarquía constitucional y ocupó el Estado. Con el tiempo, el Ejército amplió su control del ámbito político al económico, haciéndose con el control de una porción importante de la riqueza de Egipto.
El ejército no es secular. La cúpula militar egipcia siempre ha manifestado una orientación islamista. Concretamente, el grupo de los Oficiales Libres salió del ala militar de la Hermandad Musulmana y a lo largo de décadas ha competido con el ala civil.
La Hermandad Musulmana no es el factor más relevante. La organización adolece de graves problemas. En primer lugar, los islamistas exaltados y violentos la desprecian. Al Qaida la criticaba hace poco por celebrar elecciones y la ridiculiza por situarse en la vía a ser «secular y vincularse falsamente con el islam». En segundo lugar, la hermandad es débil sobre el terreno. Hesham Kassem, de la Organización Egipcia de Derechos Humanos, apunta que sus filas no superan las 100.000 personas, lo que en un país de 80 millones de habitantes se traduce en que «no es realmente un movimiento representativo popular» sino una institución mimada que se beneficia de ser tolerada a diferencia de otras. La rivalidad política genuina debería de reducir su atractivo.
Por último, entender la política egipcia significa entrar en el doble juego característico de Oriente Medio (como las políticas iraquí y siria), la partida que juega el ejército y la de los islamistas. Observe sus elementos opuestos:
La cooperación militar-islamista es rutinaria. Uno de muchos ejemplos: el 14 de abril, una conferencia de derechos humanos que criticaba al Ejército por juzgar a civiles en tribunales militares fue interrumpida dos veces. Primero por un comisario de la Policía Militar preocupado por «las mujeres de vestimenta indecente»; la segunda, por un grupo de islamistas enfurecidos por ponerse al Ejército en tela de juicio. ¿Quién es quién? De igual forma, la nueva cúpula militar permitió a los islamistas formar partidos políticos y puso en libertad a miembros de la Hermandad.
El Gobierno explota el miedo a la Hermandad Musulmana. El Ejército está rentabilizando los temores a un golpe islamista, tanto nacionales como extranjeros. Esta perspectiva justifica no sólo su propio control de Egipto mantenido en el tiempo, sino que también justifica sus excesos y su crueldad.
Los militares han aprendido a jugar con los islamistas como un yoyó. Por ejemplo, en 2005 Mubarak permitió astutamente la presencia de 88 hermanos musulmanes en el Parlamento; esto puso de relieve los riesgos de la democracia y volvió indispensable su propia tiranía. Habiendo demostrado esta idea, en las elecciones de 2010 permitió la presencia en el Parlamento de un único miembro de la Hermandad Musulmana.
En resumidas cuentas, aunque tanto la modernidad de la Plaza de la Liberación como el salvajismo de la Hermandad Musulmana tienen importancia a largo plazo, con toda probabilidad el Ejército va a seguir gobernando Egipto, implantando únicamente cambios cosméticos.