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Alta cultura frente a cultura basura

Existe una penosa apreciación de la Historia, pues de ella sólo interesa el futuro, no el pasado». Este ejemplo tan gráfico podría servir de ilustración de la portada de «Adiós a la universidad. El eclipse de las Humanidades», de Jordi Llovet, veterano catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Barcelona.«AdIós a la universidad»Enrique LlovetGalaxia gutenberg408 páginas. 21 euros 

para Llovet, poseer cultura está hoy totalmente desacreditado
para Llovet, poseer cultura está hoy totalmente desacreditadolarazon

Un retrato apocalíptico de nuestra sociedad que, paradójicamente, ha sido un éxito de ventas en su versión catalana. El autor, como buen humanista, acepta el término «apocalíptico», pues tirando de etimología, descubrimos que es sacar a luz cosas que no pueden descubrirse a simple vista. Llovet recurre a anécdotas propias con las que introducir los elementos teóricos que sustentan este retrato de la depauperización de las Humanidades desde su llegada a la Universidad, como estudiante, allá por mediados de los 60, hasta su prejubilación en 2008 a causa del «Plan Bolonia».

¿Quién educa a los jóvenes?
Sostiene Llovet que una sociedad debería tener una igualdad de trato con los vivos y con los muertos, pues la categoría del legado de estos últimos es «extraordinaria». Como causas principales, el autor enfoca al «desprecio» que la clase política tiene hacia estos conocimientos y autores que nuestra especie ha forjado con la superposición de civilizaciones. También mira, directamente, a la base: «¿Quién educa a los jóvenes? La familia ha delegado la educación en la enseñanza primaria y secundaria. Al menos en la pública me consta que no pueden hacer nada. Los medios de comunicación tampoco han sabido cumplir ese papel. Así que finalmente lo hacen el iPad, el teléfono móvil, internet, el mercado...». Otro diagnóstico que podría calificarse como «apocalíptico» en los dos sentidos a los que hemos aludido anteriormente.

Una de las causas inmediatas es la emigración de la Universidad de veteranos profesores, como Llovet mismo, que se prejubiló al comprobar que el nuevo supone «la mercantilización» de la institución. Llovet considera que están condenados a convertirse en un conocimiento «residual porque ninguna empresa va a gastar su dinero en una cátedra de enseñanzas clásicas». Denuncia que en países como Alemania, Francia e Italia opera la tendencia opuesta: el fortalecimiento de las humanidades. No sólo para aquellos estudiantes que tienen vocación por las letras, sostiene el autor, sino para los que optan por enseñanzas más técnicas y científicas: una práctica necesaria «no solo para formar a los profesionales del futuro, sino a ciudadanos de cierta categoría».

Reactivo, que no reaccionario
Sin esta preparación necesaria para cada uno de sus átomos, los conjuntos sociales «se envilecen»: «Las democracias –a la griega– están basadas en el diálogo y la cercanía de las personas, algo que aún sucede en las elecciones municipales de núcleos pequeños, pero con 40 millones de habitantes, si no se madura como sociedad, se envilecen». Solicita que se mime a esta clase intelectual que «podría dar mucha solidez a una democracia que aún no es suficientemente sólida».

 Llegados a este punto, el autor niega que sea un «nostálgico» y mucho menos un reaccionario: «Si me permiten el neologismo, más bien soy un reactivo, alguien que reacciona contra la situación que vive. Alguien lo tenía que contar», subraya Llovet.

Pero miremos hacia adelante; como Llovet no se considera catastrofista lanza un par de ideas que hasta podríamos considerar positivas. Reconoce el trabajo de «las instituciones culturales y fundaciones, que hacen lo que pueden, pero no pueden suplir a la universidad».

Pero como el hombre es un animal de costumbres y más si las ha ejercido durante más de cuarenta años, en breve, volverá a las aulas, gracias a una modificación en el reglamento del rector. Impartirá una asignatura de seis créditos a los de primer curso. El «mono» le ha podido y lo hace con cierta esperanza, a pesar de que le inquieta que los alumnos le reciban armados de iPad y portátiles. El humanista cree que la crisis económica ha acabado con la leyenda de que las carreras tecnológicas son un valor seguro de empleo: «Son chicos cuya perspectiva de futuro no está asentada en el falso mito del progreso tecnológico, que ha dominado desde el segundo imperio francés hasta nuestros días». 

 

Rodríguez Adrados y la ciencia pura
A Francisco Rodríguez Adrados, con un vasto conocimiento docente, el declive de las humanidades no le es ajeno. Así lo explica:
- «Bolonia perjudica no sólo a las humanidades, sino a la ciencia pura. Representa una reducción en el número de cursos, una tendencia al utopismo anglosajón de dejar la clase reducida a un pequeño grupo».
- «Piensan que, para la vida práctica, la economía y la administración, las humanidades no son tan necesarias».
- «Se produce un declive de toda la ciencia teórica y no sólo en España. En Alemania están cerrando aquello que era la gloria de la universidad alemana: las lenguas y culturas del antiguo oriente, de los griegos...».

 

El detalle
CON SENTIDO DEL HUMOR
Especialista en Kafka y traductor de Rilke, Byron, Flaubert y Válery, entre otros, al catalán. Si a alguien no se cansa de defender en esta batalla es a los estudiantes: «Para luchar contra una clase desmotivada estamos los profesores». Echa más pestes sobre los derroteros universitarios. Apuesta a que volverá a meterse a los alumnos en el bolsillo en un par de clases, para ello, empleará una técnica parecida a la del ensayo, que ahora presenta en castellano con la traducción de Albert Fuentes: la ironía. «Adolecemos de una gran falta de sentido del humor en la ensayística española». Por eso él salpica de chascarrillos profesionales esta crónica de la victoria de Jobs frente a Homero.