San Sebastián

Antiguos veraneos

 
 larazon

Lo repito para quienes no desean enterarse. Veranear no es pasar el verano. Es huir del verano, escapar de los calores. Sólo veranean los que descansan en el norte o en las zonas montañosas. El veraneo nació en San Sebastián y Santander. Una decena de años de ventaja le saca Santander a San Sebastián. Alfonso XII, viudo de la pelma de la Reina Mercedes –al menos en la película «¿Dónde vas, Alfonso XII?» dan ganas de estrangularla– todavía no se ha prometido con la que sería la Reina María Cristina, la Regente, una Reina de tronío, respetada y no tan querida por su estricta estética. Y Alfonso XII viaja a Comillas, se aloja en una casona llamada «Ocejo» –hoy propiedad del conde de Orgaz, que la pintó de colorado y pasó a llamarse «¡Oh, cielos!»–, y visita Santander para darse un «baño de ola», que así se le decía a bañarse en la playa, acción harto recomendada por los médicos de la época por aquello del yodo y la circulación. Y Alfonso XII queda tan satisfecho con la experiencia, que vuelve al Palacio segoviano de Riofrío acompañado de un enorme carromato con barriles rebosados de agua del Sardinero. Y allí, entre gamos y ciervos, junto a los pinares, el Rey, restaurado, melancólico, valiente y bastante golferas, se viste con su «maillot» de baño –rayado horizontalmente de rojo y blanco– y recibe barrilazos de agua de mar que le lanza –sin el barril, claro– el soldado más fuerte de su Guardia. Su hijo, Alfonso XIII, combina Santander con San Sebastián. Santander con su Palacio de La Magdalena es la libertad, mientras que en San Sebastián se establece la capitalidad de España en el verano y ahí se trasladan Gobierno y Corte. Y sigue siendo obligatorio el «maillot» hasta los años cuarenta del siglo XX. Hombres con «maillot» y mujeres con traje de baño cerrado hasta el cuello y falda supletoria para no atentar contra la moral y las buenas costumbres. Por ahí se movía, en la playa de Ondarreta, ante una bahía con pocos barcos, el municipal Aranguren, que ponía multas de órdago a quienes no se cambiaban en la cabina, no llevaban la falda, o, en el caso de los hombres, se atrevían a enfrentarse a su autoridad cambiando el «maillot» por un desproporcionado «Meyba», torso desnudo al aire. Y allí, fue el municipal Aranguren el que detuvo, antre las protestas de todos los presentes, a Mademoiselle Soudan, la «madmua» de los Zugasti, que creyéndose en Hendaya, lució el primer biquini de la Historia de España, e hizo muy bien porque estaba buenísima. «Señorita, queda usted detenida por pecar en público»; «–Señog policía, si peco o no peco lo tendgá que decig un sacegtdote»; «–En esta playa, señorita, yo, el municipal Aranguren, soy más que Dios. ¡A la trena!». Y nos dejaron sin la «madmua» sólo por un día, porque los Zugasti gestionaron su libertad.
Tiempos aquellos del «maillot» que tanto picaba y de la moral inflexible del policía Aranguren.