Valencia

Fútbol el antidepresivo de Zapatero

El Mundial de Suráfrica hará olvidar por unas semanas el peor momento político del presidente del Gobierno. La victoria de España sería el bálsamo milagroso para tanto desaguisado económico

En el Telediario del 19 de junio, al repetir uno de los tantos que Butragueño había marcado la noche anterior, debajo se pudo leer la palabra «PSOE»
En el Telediario del 19 de junio, al repetir uno de los tantos que Butragueño había marcado la noche anterior, debajo se pudo leer la palabra «PSOE»larazon

Manolo el del Bombo cierra su bar en Valencia. Pero sólo durante un mes. Aunque es lo que le da de comer, el hincha más llamativo de la selección española se va a Suráfrica a seguir al equipo de Vicente del Bosque, con su bombo inseparable y con la confianza de que tras pasarse un mes en el país africano va a tener el premio de ver a España campeona del Mundo. «No habrá para comer, pero sí para el fútbol», dice. Con el fútbol, Manolo el del Bombo y el resto de España olvidan, dentro de lo que cabe, los problemas reales. Durante 30 días las decisiones de Zapatero ya no son lo importante. «El fútbol, al dotar de ilusión a la gente, provoca que las adversidades se oculten. Con sus triunfos consigue que se reilusione la vida cotidiana. Es una manera de escapismo que se ha vivido en todas las culturas. El famoso pan y circo de los romanos», cuenta el profesor de Sociología en Santiago, Ángel Enrique Carretero.

El sentimiento de triunfo que provoca la selección española tiene consecuencias. El optimismo se contagia y puede con el miedo al futuro; la ausencia de temor aumenta el consumo; como se compra más, sube el PIB (hay estudios que aseguran que en el país que gana el Mundial puede aumentar hasta un 0,7) y con el cambio de la economía, la crisis se atenúa. Es un círculo prodigioso con el que cuenta el presidente del Gobierno para superar los días más críticos de su mandato, cuando las últimas decisiones le han enfrentado a los sectores de la sociedad que más fe le tenían.

Alegría compartidaDesde los pensionistas hasta los funcionarios, todo pasa a segundo plano, a las páginas pares de los periódicos o la segunda o tercera noticia en internet, ésas en las que nadie se molesta en entrar, no vayan a estropear el pequeño momento de felicidad. Es tiempo de euforia. «Si España llega a la final e incluso la gana, supondrá múltiples ocasiones de reunión, fiesta y alegría compartida. Durante un tiempo, evidentemente, la realidad cotidiana de los que se interesan por esto se teñirá de suspense, expectativa y alegría, y podrá ayudar a sobrellevar otras penas, penurias y angustias», escribe la profesora de Ciencias Políticas Amparo Lasén. Una victoria de la selección cambia al país porque desatasca las tensiones, satisface la necesidad de logro que todos tenemos y que muchos sólo logran con el fútbol, e influye en el buen ánimo. No se mejoran los problemas, pero sí que se afrontan de otro modo, como si esta vez sí que se pudiesen arreglar. Como lo hacen los futbolistas.El deporte se convierte en un símbolo de éxito. Por eso detrás de cada deportista que alza un trofeo aparece un político. En época de crisis, cuando España es vigilada desde el exterior, recibe órdenes para cambiar la economía, es acechada por los especuladores y apenas tiene razones para presumir, el deporte, con Alonso, Nadal, Gasol y los triunfos de la selección de fútbol se ha convertido en un motivo de orgullo. «No es casual –dice el catedrático de Publicidad de la Complutense Raúl Eguizábal– que Zapatero, en uno de los cambios de Gobierno y pese a prometer un Ministerio del Deporte, al final hiciese que la gestión del deporte dependiese directamente de él. Es una estrategia para apuntarse el éxito de los deportistas y no sólo del fútbol. Si se gana el Mundial es un triunfo de la selección, pero también del país y, en último paso, de quien gestiona el deporte, o sea el presidente del Gobierno».Tras el Mundial que ganó Argentina en México, en 1986, el presidente Alfonsín recibió a los jugadores en la Casa Rosada y al abrirse las puertas del balcón, dio un paso atrás y les dijo: «Éste es su momento». Los futbolistas salieron ante la multitud que les adoraba desde abajo y el presidente se quedó dentro, sin querer apoderarse de una victoria en la que no había participado, pero que le podía dar muchos réditos. Alfonsín hizo una desaparición que le dignificó. También quería separarse de la comparación con otra celebración de la victoria del Mundial, ocho año antes, cuando el dictador Videla utilizó el campeonato que Kempes ganó a Holanda en Argentina para justificar su terror. Videla, como Alfonsín, como cualquier gobierno, democrático o no, conocía muy bien que una victoria en el Mundial cambia la perspectiva de los ciudadanos. En un país con elecciones, esos ciudadanos, además, o sobre todo, son votantes. Y es mejor que estén eufóricos a que estén cabreados y miren al gobierno con descreimiento. Según el profesor de sociología política Alejandro Navas, de la Universidad de Navarra, «es verdad que hay un rebufo de ánimo tras la victoria en un gran campeonato. Esto puede ser aprovechado por quien sepa apuntarse el tanto y convertir el éxito de los futbolistas en su éxito». El fútbol no es inocente. Se ha demostrado que un partido ganado por Osasuna un fin de semana en una jornada de Liga provoca que el lunes sea más productivo en la fábrica de Volkswagen de Pamplona. O que la violencia doméstica se sufre con más frecuencia tras un mal resultado de un equipo. «Es el fútbol el que ha llevado a la gente a la calle –recuerda el profesor Navas–. Cuando había otros problemas, fue el descenso del Celta y del Sevilla el que provocó la salidas espontáneas a la calle de los aficionados. Fueron manifestaciones que se llevaron a cabo más rápidamente que sobre otro asunto. Si hubiese elecciones después de una victoria, es posible que algunas personas cambiasen el voto. O se lo pensasen. Quiero creer que no, que la gente va más allá. De todos modos, en España las elecciones no van a celebrarse hasta dentro de un par de años y el efecto de la euforia es inmediato». Luego se apaga. «Con certeza, sólo es un alivio temporal. Con una victoria de tu equipo o de la selección nacional no se llega a fin de mes ni se arreglan los problemas del mundo», añade el profesor de la Pompeu Fabra Javier Díaz Noci.

Carácter simbólicoTemporal o no, el fútbol tiene un carácter simbólico que cura transtornos. Otra vez el Mundial de México, de 1986, que encumbró a Maradona como dios del fútbol, sirve como ejemplo. Argentina presumía de ser un país pacífico, pero la guerra de las Malvinas acabó con el mito; estaba orgulloso de ser un país próspero, pero resultaba que había gente que pasaba verdadera hambre; pensaban que era un lugar estable donde vivir con tranquilidad, pero los gobiernos caían a una velocidad de vértigo. En esto llegó Maradona, derrotó a los ingleses y cambió toda la perspectiva que los argentinos tenían de sí mismos. Ya no eran un país que no reconocía su imagen en el espejo. Volvían a ser un país orgulloso, con Maradona como libertador.La situación de España y de su Gobierno es parecida. El relato de la España sin crisis y que ha superado en nivel económico a otros países europeos ya no tiene consistencia. Tampoco el del país solidario, campeón en ayudas al desarrollo. O aquel en que la vida es más cálida y agradable. En esta crisis, a España le cuesta reconocerse cuando se mira. Todo lo que identificaba al Gobierno socialista se ha venido abajo y necesita una regeneración. Necesita ganar el Mundial de Suráfrica. Los expertos coinciden en que con un triunfo cambia la imagen que se tiene en el exterior de España, porque, de nuevo, es un país que vuelve a dar noticias positivas, además de atraer simpatías. El cambio sucede en el exterior y también en el interior. «Una victoria beneficia a todos–cuenta Francisco Alcaide Hernández, autor del libro «Fútbol, fenómeno de fenómenos»–. El éxito deportivo se ve como un éxito nacional. El buen ánimo influye en la manera de afrontar los problemas y está claro que quien está en el gobierno en ese momento tiene más posibilidades de aprovecharse de ese éxito que el partido de la oposición».Los que no entienden de fútbol, se preparan para el Mundial como quien va a vivir un mes de aburrimiento absoluto. Temen que a partir del 11 de junio, jugadores en pantalón corto les van a perseguir en la televisión, en Facebook y en los dibujitos de la portada de Google. Va a ser un mes con el Mundial en las portadas de los periódicos, en las conversaciones de ascensor y también en las íntimas. Hay fútbol a todas horas. Y eso tiene su importancia: tras la victoria en la Eurocopa de 2008, salieron banderas españolas en lugares insospechados. El fútbol sirve para identificar y unir. Ahora el acontecimiento del Mundial tiene mayor proyección que una Eurocopa y es mayor el trauma de gran parte de la afición española por las actuaciones del equipo en casi todos los campeonatos. Una victoria en el Mundial de Suráfrica puede abrir un paréntesis bastante largo en la decepción cotidiana de la gente y sube la autoestima general.

¿Y un fracaso?O puede producir lo contrario. Zapatero confía en que, esta vez, la selección española cumpla con las expectativas que se han puesto en ella. Pocas veces la confianza ha tenido tanto fundamento. Si una victoria aporta una visión distinta de los problemas y puede que hasta cambio de votos, una derrota puede producir que todo lo que hasta ahora esté mal se agrave. Los políticos desaparecen y nadie quiere apuntarse a un equipo que ha fallado a las esperanzas de la gente. «Habrá que ver la coyuntura anímica si la selección español hace un mal papel– acaba Alejandro Navas–. Esta vez hay muchas expectativas puestas en el equipo. El efecto negativo puede ser peor que el positivo sobre el ánimo del país. De todos modos, como se dice en el fútbol, lo más fácil es que la cuerda sólo se rompa por el lado del entrenador».

Oa, oa , oa, Buitre a La MoncloaEspaña ya ha vivido lo que puede generar la emoción de un Mundial de fútbol: en los octavos de final del torneo de México 86, Emilio Butragueño marcó cuatro goles en el 5-1 con el que la selección española derrotó a Dinamarca, que se había convertido en una de las favoritas.En ese momento, España sí que estaba en un proceso electoral y tras el espectacular encuentro de Butragueño la gente salió a la calle a celebrarlo. Fue cuando se oyó el gritó de «oa, oa, oa, Buitre a La Moncloa».En el Telediario del 19 de junio, al repetir uno de los tantos que Butragueño había marcado la noche anterior, debajo se pudo leer la palabra «PSOE». Entonces sólo había dos canales y las audiencias eran millonarias. Sin que tuvieran que ver una cosa con otra, la televisión pública mezcló al partido político que gobernaba con la victoria de la selección que más orgullosa había dejado a la afición del fútbol. El caso se ha estudiado como un ejemplo de publicidad encubierta y también como un ejemplo del interés que tiene para los partidos asociarse con la imagen de un triunfador. Enric Sopena, entonces director de informativos de Televisión España siempre ha dicho que no había que buscar dobles lecturas, que solamente se trató de un «error técnico».