Cuba
Lezama Lima más allá de lo oscuro
El escritorio de Lezama Lima está en una habitación ciega, de mobiliario franciscano. Nada que ver con el salón contiguo, atestado de recuerdos del hervidero literario previo a la revolución, alrededor de la revista «Orígenes» y presidido por un butacón en el que cabe imaginarle arrebujado, con su cuerpo descomunal, de dos metros de estatura y cien kilos de peso, mientras sintoniza su respiración asmática con las volutas de su habano
Desde ahí accionaba el mando del «peregrino inmóvil», su arquetipo del hombre contemporáneo: «El más espléndido de los viajes es el que uno puede intentar por los corredores de su casa». Sobre la pared del fondo, sus sentencias sonarían a graffiti: «Nada más absurdo que mirar una tarde un punto fijo de la pared, pero nada más heroico que hacerlo toda la vida»; «lo esencial del hombre es su soledad y la sombra que va proyectando en el muro». Si se abriera un boquete en esta pared, a la que mira el escritorio, aparecería el mar del Malecón. El agujero por el que podía divisar cualquier rincón planetario.
Luis Cardoza y Aragón, uno de sus más sutiles exégetas, hace hincapié en el «naturalismo onírico» de Lezama, quien, a su juicio, «no escribía como hablaba, sino como soñaba». Tras divertidas descripciones de su figura –«este Niágara de manteca lleno de luciérnagas»–, Cardoza advierte, bajo las «bacanales pantagruélicas» de sus metáforas, una precisión de manteles ceñidos. «La paradoja de Lezama reside en que su barroco es concisión y pulcritud», dice, para augurar que «es hoy un escritor anticuado, pero, sin duda, no lo será mañana».
Cortázar puso su obra como paradigma de las exigencias de un «lector-macho». Lezama detestaba la instrumentalidad de la literatura hasta el punto de afirmar su devota emulación de «aquel noble inglés que escribía sus poemas en papel de fumar, y, tras agotar los cigarrillos, exclamaba: "lo importante es que ya fueron creados"».
La experiencia de la escritura
Cintio Vitier lo definió como «contemporáneo de lo primigenio». Adánico, pero sólo tras reabsorber a los clásicos, su herencia estaría más próxima a San Juan de la Cruz que a Góngora. Lezama puntualizaba que mientras la elipse de Góngora o Quevedo consistía en «oscurecer lo claro», su apuesta era «esclarecer lo oscuro». Frente a los arquetipos abstractos de las culturas ibérica y mediterránea, Lezama propugna la escritura como experiencia oceánica, insular... No un rito, sino una «fiesta innombrable» concebida como «poiesis» radical, sin pariente ni adulación, y que, a través del «eros cognoscente», iguala palabra y paladeo, dota al verbo de su memoria carnal. Una textura orgánica, olorosa, porosa, sensorial; un corpus imaginario tangible, comestible y hasta copulable. Consciente de apuntar hacia ese Paradiso, Lezama tritura los conceptos heredados para refundirlos en imágenes emancipadas; y, a la vez, erige un sistema poético transversal capaz de aglutinarlas. «Cuando me siento claro, escribo prosa, y cuando me siento oscuro, escribo poesía», declaraba. En él late siempre el rigor poético. «La poesía es lo único que va hasta en auxilio de sus enemigos», sostuvo. Ésta, a su juicio, organiza cuanto le excede. Si mira y se desplaza al horizonte, dará lugar al ensayo; si se revelan los mecanismos internos, el contrapunto que hace visible el proceso, dará lugar a la novela.
En su constelación de citas es determinante ésta de Pascal: «Como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser ya naturaleza». A partir de ese «horror vacui», su labor consistirá en recomponer, en el lugar de la naturaleza perdida, la «sobrenaturaleza» de la poesía. Un acarreo de metáforas, que son siempre representaciones de la ausencia, y que sólo entrelazadas adquieren vida orgánica, en la imagen unitaria de la narración o el poema.
Hombre exhausto
Pero, conoce que el proceso es órfico, y, con humildad, reconoce: «Del mismo modo que, desde Lucrecio y Virgilio hasta Dante, estuvo la humanidad carente de un verdadero gran poeta, el hombre de hoy está exhausto, y tardará por lo menos cuatro siglos en volverse a llenar de nuevos cantos y fervor». Un aspecto inquietante es su contrapeso frente al culto a la personalidad de los poetas. Desde su taller habanero, Lezama se mofa de la máscara de inmortalidad de los poetas, y funda, una ética de las resurrecciones aplicada a la poesía. Allí donde se reproduce la línea de discontinuidad de la muerte, resucita la poesía.
«Paradiso», obra maestra
La trayectoria de Lezama Lima corre entre el ensayo y la poesía. Entre sus libros más destacados sobresalen «Muerte de Narciso», que publicó en 1937, pero tampoco conviene olvidar una novela imprescindible en el conjunto de su biografía: «Paradiso», que fue considerada como una de las obras maestras del siglo XX y fue considerada como pornográfica en Cuba. Otros títulos destacados de su trayectoria son: «Aventuras sigilosas», «Tratados en La Habana», «Enemigo rumor» y «Fragmentos a su imán».
✕
Accede a tu cuenta para comentar