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El trauma de los juicios rápidos

En media hora se determina la puesta en libertad de un hombre o su ingreso en prisión. Javier llega esposado al Juzgado de Instrucción nº 6 de Madrid, tras pasar 48 horas en el calabozo. Ana le ha denunciado por agresión. En los brazos todavía se perciben las marcas y, sin embargo, duda: «Me da pena», dice. Su abogada y único apoyo la ha convencido para que siga adelante, pero no todas son tan valientes. «Se producen más renuncias que sentencias

Una víctima de malos tratos entra en el juzgado de violencia sobre la mujer nº 6 el pasado viernes
Una víctima de malos tratos entra en el juzgado de violencia sobre la mujer nº 6 el pasado vierneslarazon

Las mujeres están atemorizadas. La mayoría lleva años con su maltratador y depende de él económicamente», explica la letrada. Han llegado a las diez, pero hasta las dos de la tarde no entran. Los juzgados especializados también van lentos y esa espera atemoriza aún más a las víctimas que temen cruzarse con su agresor. «No quiero que Sara le vea. Espero que no tenga que declarar», comenta Ana. Sara tiene 9 años y podría testificar. «Lo vi todo, aunque preferiría no entrar. Me ha mirado al pasar», afirma. No es la primera vez que la pequeña vive esta situación. Su padre, la anterior pareja de Ana, también las maltrató.

Seis casos pasaron el viernes por el juzgado madrileño, uno de los pocos que abre en agosto. El equipo de funcionarios intenta agilizar los trámites, pero no tienen medios. Además, tienen que claro que los juicios rápidos vulneran numerosos derechos. No da tiempo a valorar todas las aristas de un caso.

Ana conoció a Javier años después de finalizar su relación con el padre de Sara. Le conocía de la infancia y «no era agresivo hasta que empezó a consumir cocaína», asegura. Y comenzaron los insultos. «Hija de la gran puta, a ver cómo corres», le gritó en alguna ocasión. El jueves pasó a las manos. «Cuando volví del hospital tenía los nudillos ensangrentados. Se había cargado mi ordenador», recuerda Ana. La situación no es nueva para ella, sufrió el maltrato de su ex marido y los abusos de su padre. Ha intentado suicidarse ocho veces y ahora está en tratamiento psiquiátrico.

Se pone nerviosa con la presencia de Elena, la abogada defensora. «¿Cómo puede defender a un maltratador?», le increpa. «Es mi trabajo, soy letrada de oficio», intenta explicarle. Conoce a la defensa de Ana y las dos coinciden: «Las sentencias se olvidan de muchas circunstancias». Las leyes, en muchos casos, no logran proteger, como demuestra el caso que sigue al de Ana, que salió del juzgado con una orden de protección. En cambio, Nuria, no. Va a tener que ir a su cuarta casa de acogida. Es alta, delgada, rubia y no supera la treintena. La agresividad de su ex novio la ha llevado a la sala de espera: «Lo ves en los telediarios y nunca crees que te puede pasar». Comparte abogada con Ana. Su ex pareja no le deja dormir, le llama hasta 30 treinta veces en una noche para amenazarla. Es de las últimas en prestar declaración. Sale llorando porque le han negado la orden de protección. Su defensora y la abogada de oficio intentan animarla. Incluso, le plantean que le tienda una trampa y quede con él, pero el miedo la atemoriza. Se va intranquila, no sale de casa. Sabe que la Policía actúa rápido: «Ya me ha roto la puerta una vez y no quiero que se repita».