Moscú
Una comedia
En el fútbol no ganan siempre los mejores. Sucedió ayer en Zúrich en la elección de la sede del Mundial de 2018. La candidatura ibérica ofrecía mayores garantías desde todos los puntos de vista. Como dijo el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, España y Portugal podrían organizar el Mundial dentro de un mes si fuera preciso. No sirvió el informe. Mejores infraestructuras en carreteras, trenes y aeropuertos, más y mejores hoteles y más y mejores estadios. Inútil. La suerte estaba echada de antemano. Villar, presidente federativo español, y vicepresidente de la FIFA, y Blatter, su superior, en sus discursos sostuvieron que todo era limpio. Era respuesta a las noticias en que se había demostrado que los votos se compran y venden. Fueron dos discursos a los que cabe aplicar lo de «excusa no pedida, acusación manifiesta». La sede se fue a Moscú. Entre los miembros rusos, junto a la campeona olímpica Isinbayeva y el futbolista Arshavin, estaba Abramovich el millonario propietario del Chelsea. Éste era la cara de los dineros. Representaba la imagen de los poderosos rusos que han epatado al mundo. La otra sede, la de 2022, se adjudicó a Qatar. Más dinero. Toda decisión en la que se ocultan las verdaderas razones hay que vestirla y de ahí que se recurriera al argumento de que por vez primera el Mundial va a un país de la Europa del Este y Asia Central. Ganó la geografía. Rusia tiene que levantar estadios y construir hoteles. Si quiere llegar a todo el país tendrá que programar desplazamientos mejores que los actuales. Una comedia.
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