Galicia

Verano de manga larga

La Razón
La RazónLa Razón

Mis amigos andaluces se vinieron este verano a Galicia a sabiendas de que aquí el sol es una lotería que no toca con demasiada frecuencia y que en lo que va de vacaciones ni siquiera es seguro que vaya a dejar la pedrea. En este verano de manga larga, los miles de turistas decepcionados por la falta de sol benefician con su visita a la ciudad de Compostela, siempre atractiva para los viajeros y ahora abarrotada gracias al mal tiempo que vacía las playas. Procedentes de la costa llegan incluso cada día las gaviotas, no sé muy bien por qué, seguramente porque la ecología anda revuelta o, tal vez, debido a que encuentran tierra adentro la comida que escasea en su territorio de siempre, al borde del mar. Mis amigos andaluces se instalaron en la margen derecha de la Ría de Arousa, al borde de una playa de arena fina flanqueada por una discreta masa forestal que si es que no ampara del sol, al menos resguarda de la lluvia. Hacen una vida tranquila, tal vez demasiado tranquila por culpa de una meteorología que si cambiase es casi seguro que sería para empeorar. Pasan algunos minutos de las cinco de la tarde mientras escribo mi columna y al otro lado de la ventana la luz es la que correspondería a cualquier día de noviembre. Mucha gente pide café en las terrazas de los bares y aprovecha la taza para calentar las manos. Al pasar por delante de los restaurantes, a los turistas se les van los ojos al marisco, pero abarrotan las pizzerías porque por el precio del centollo encuentran joyas más baratas en cualquier orfebrería de la ciudad. Dicen que la catedral está siempre abarrotada. Puede que se trate de un rebrote de la fe, pero yo desconfío de que esa afluencia tenga más que ver con la lluvia que con la mala conciencia. Mis amigos andaluces han aceptado su destino con una mezcla de rutina y resignación, como si supiesen que a Galicia no se viene a tomar el sol, sino a huir de él. De todos modos, es un verano extraño, el peor en mucho tiempo. Y es, sobre todo, un verano más pobre que otras veces. Un barrendero de Sanxenxo me aseguró que nunca habían sido tan pobres las basuras de los ricos, ni habían estado jamás tan delgados sus perros. Donde se mantiene el nivel es entre los residentes en A Toxa, esa isla modernista, elegante y termal en la que todavía puede verse a señoras muy ricas con los modales refinados por el peso de sus joyas. Ahí pasa unos días cada verano mi amigo y compañero Josemi Rodríguez Sieiro, un tipo tan correcto, tan exquisito, que yo creo que sería incapaz de estornudar sin haber aprendido antes solfeo.