Marbella

Fergie

La Razón
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No sé, pero después del escándalo que se ha formado tras pillar con una traicionera cámara oculta a Sarah Fergusson montándose un trapicheo de influencias, a mí me da por echarle un capote en estos tiempos en los que cada cual saca tajada como puede. Si Lady Di se ganó la fama de princesa rebelde y de ella sacó buena fama y provecho, la duquesa de York se hizo desde el principio con una reputación de díscola, trapisondista, algo asilvestrada y con tendencia a pasarse el protocolo por las pecas. Era rellenita y cachondona, con divertidas salidas de tono y con aspecto de entrar en el Palacio de Buckingham como elefante en cacharrería, que hacía que nos cayera simpática, adivinando que su futuro en la Corte tenía los tés contados. Yo la conocí en Marbella, bebiendo y bailando hasta altas horas, y no sólo me pareció divertida, sino en algunos momentos hasta atractiva. Por supuesto, no pegaba ni con jalea en la Familia Real británica, cuyo soporte es la frialdad y el distanciamiento. A la que no le importa que se hagan negocios raros, siempre que la mano impoluta no toque el dinero. Y ese ha sido el gran resbalón de Fergie, el verla contar con ojos golosos de rapiña la pasta, casi mojándose el dedo para pasar los billetes. En las mejores familiasComo siempre, si no se hubiera visto nada, nada hubiera pasado. Estas cosas suceden hasta en las mejores familias, y, aunque sea tema tabú, a ver quién pondría la mano en el fuego. El problema de la Fergusson es que la pensión de los Windsor no le debe dar ni para zapatos, y hace ya tiempo que anda lampando, haciendo bolos por ahí, e incluso recuerdo haberla visto alguna vez apareciendo en de nuestros programas de tele basurilla pasando por caja. Así que ha acabado en lo que ha acabado, de comisionista. Una más en tiempos de reforma económica.