Miranda de Ebro
El valor de la utopía
De igual a igual trató el Athletic Club al Mirandés; no dejó de hacerlo ni cuando Fernando Llorente le confundió con el Rayo, penúltima víctima ya de este campeón del mundo. Honor para el equipo de Segunda B. Le valoran. Correspondió tuteando al antiguo «rey de copas».
Permítanme la coloquial expresión: no se cortan un pelo, ni Pouso al plantear los partidos ni sus jugadores al disputarlos. Con equipos así, tan descarados, tan honrados, tan sin complejos, la teoría del duopolio, de la Liga bipolar o bicéfala, pierde la razón de ser: el modesto no siempre sucumbe ante al poderoso. Racing, Villarreal y Espanyol dan fe de ello. Tres Primeras en el pabellón de caza de Anduva. Con atrevimiento y fundamento futbolístico, el Mirandés demuestra que sobre el terreno de juego, once contra once y un balón que es idéntico para todos, la utopía no es una duda existencial sino la realidad palpable, «el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor», que dejó escrito Anatole France.
El vendaval de Miranda de Ebro ha renovado la esencia de este bello deporte, que ya no es una sucesión de batallas perdidas por los rivales menos cualificados. Eso, en lo deportivo; en lo cotidiano, ha regenerado el tejido epidérmico de los empleados de banca, siempre atentos, siempre cordiales, profesionales; desde la irrupción de Pablo Infante, el héroe nuestro de cada día, ahora aparecen detrás de la ventanilla próximos y familiares. Sólo les falta conceder créditos hipotecarios; pero, me temo, ni eso está en su mano ni en el aura del Mirandés, el equipo de los milagros (¿le quedará aún uno?).
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