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Nubarrones de tempestad por Joaquín Marco

La Razón
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Si algún día el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero se decidiera a contar sus memorias verdaderas calibraríamos hasta qué punto estuvimos cerca de ser rescatados por una Unión Europea inmisericorde. La jugada del actual presidente Rajoy debió de ser meditada y barajando otras alternativas, pero la apuesta no deja de ser fuerte, porque en ningún momento hemos dejado de ser PIGS para los países centro y noreuropeos. No perdonan el sol mediterráneo, el gusto por los placeres cotidianos, las comidas aderezadas con aceite y el que alardeáramos, aunque fuese por poco tiempo, de ser capaces de alcanzar a las economías italiana y francesa. Sabremos hoy si habrán servido de algo los cientos de reuniones para salvar a los griegos de la debacle.
A estas alturas los bancos no están muy de acuerdo con las quitas voluntarias. La opinión pública alemana, apoyada por una prensa hostil a pagar un euro más por los países del sur, preferiría abandonar a Grecia a su suerte (y conviene no olvidar que las perspectivas electorales de la señora Merkel no son favorables) y de este modo el frágil castillo de naipes del euro se derrumbaría. Tras Grecia, rescatados Irlanda y Portugal, se entiende que podrían caer los otros dos pesos pesados intervenidos del sur: España e Italia. Viviendo en el purgatorio de los recortes, éste sería un nubarrón que podría acabar en la tormenta que pondría fin al euro y a un proyecto concebido tras la II Guerra. Habríamos retrocedido, pues, hasta 1939. Es poco probable que se deje caer a Grecia, pero no es un escenario imposible, a tenor de las Bolsas.

El otro nubarrón circula también por el Mediterráneo. Es más que probable que en un futuro no muy lejano Israel bombardee los enclaves nucleares de Irán. El desastre sirio no deja de ser un drama, pero la permanencia del dictador, aunque nos repugne moralmente, puede resultar más útil que otra «primavera» que nadie sabe en qué puede consistir, salvo que se mantenga el poder del ejército, como ocurrió en Egipto, o ande por caminos trillados como en Túnez. Lo que sabemos sobre las turbulencias libias resulta harto inquietante. Pero Irán, país productor de petróleo, fuertemente armado por los soviéticos de antaño y por los rusos y los europeos de hogaño, constituye la clave del Golfo. Resulta, además, un emblema religioso que el régimen proyecta hacia el exterior. Israel es el enemigo visible, pero tras él –y así lo ha ratificado Obama– se encuentra el poderío de los EE.UU., aunque a la agotada superpotencia no le convenga financiar otro conflicto armado precisamente cuando se pretende escapar de Afganistán, sin apenas salvar los muebles, y de Irak, a la luz del pésimo resultado. Cualquier alteración del poder en el Golfo Pérsico sitúa a Occidente en otro pavoroso escenario: el incremento del precio del crudo cuando parte de Europa se encuentra en recesión. Obama ha logrado algo más de tiempo, pero el amigo israelí puede romper la baraja en cualquier instante. De ser así, Europa –y España en primer lugar– no sería capaz de escapar de este nuevo nubarrón y la tormenta se entendería perfecta. Se ha logrado, pese a todo, al borde del K.O. algo más de tiempo.

Imaginemos que en el examen de abril nuestros socios y amigos se niegan a que España invierta los términos de aquel número que apuntábamos la pasada semana como emblemático: pasar del 8,51 al 5,8 en 2012 y al 3 (ya definitivamente mágico) al año siguiente y, por consiguiente, aceptable. Nos quedaría apenas medio año para rectificar lo que hoy se nos antoja irrealizable y que acaba de producir tanta consternación en las autonomías, díganlo en Sevilla, Las Palmas, Barcelona o Bilbao. Habríamos caído, en tal caso, en una trampa. No sólo deberíamos abandonar cualquier resto del agonizante estado del bienestar, sino que alguien debería echarnos una mano para salir del pozo en el que nos encontraríamos. No sería el metafísico «España como problema» o «enigma histórico», sino que retornaríamos a finales del siglo XIX, cuando se percibió la pérdida de las últimas colonias de Ultramar, que llevó a calificar la generación del 98 como la del «Desastre». Estamos, por fortuna, lejos de aquella sociedad agraria, apenas industrializada en el País Vasco y Cataluña: las circunstancias históricas son otras. Si allí perdimos colonias y dejamos de ser imperiales, pudimos conservar el ir pasando y extender una mínima influencia en el norte de África hasta que tensiones internas y externas nos condujeron a la guerra incivil. Pero el actual Gobierno habrá tomado en consideración no sólo nuestro orgullo nacional, sino las circunstancias que hacen posible dar este doble salto mortal en la Unión Europea sin desnucarse. No vivimos ni en el mejor ni en el peor de los mundos, aunque se debilite en exceso nuestra clase media. Dada la globalización, arma también defensiva, es difícil que los nubarrones coincidan. Son horas de resignación y de dejar que fluya el tiempo, que, dicen, todo lo cura. Es preferible, sin embargo, no mirar al cielo: pueden caer rayos y centellas.

 

Joaquín Marco
Escritor