Londres

Ferrer el quinto elemento

La Razón
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Aunque no pueda...; por Lucas Haurie
Con Nadal yendo y viniendo de la consulta del médico, David Ferrer es la viga maestra del equipo campeón de la Copa Davis.
Varios millones de españoles envidiosos (valga la redundancia) y alérgicos al éxito ajeno pueden quedarse tranquilos: David Ferrer jamás ganará un «Grand Slam». Su tenis tenaz y sus portentosas cualidades físicas no le dan para ganar contra los cuatro mejores jugadores del mundo. Es más, incluso hay un ramillete de rivales (Del Potro, Berdych, Tsonga, Isner...) que rivalizan con él en cualquier superficie y albergan alguna esperanza, por su estilo ofensivo, de coronarse en Londres o Melbourne. Perfecto, ¿y? ¿Por qué un deportista situado desde hace un lustro entre la élite mundial de una especialidad exigentísima concita una legión de detractores en su propio país? Por lo que dice un crítico de cine amigo: «Si Santiago Segura fuera francés, lo enterraban en el Panteón a la vera de Víctor Hugo».
Con Nadal yendo y viniendo de la consulta del médico, Ferrer es la viga maestra del equipo de Copa Davis campeón en tres de las cuatro últimas ediciones. El mismo que jugará otra final en Praga, donde sólo una actuación memorable del alicantino nos permitiría soñar con la Ensaladera. La mayoría de los tenistas del planeta, Roger Federer incluido, cambiaría la mitad de su palmarés por un solo título en esta competición por naciones... que el mito Manolo Santana persiguió en vano durante toda su vida, como jugador y como capitán. Quien se ponga el próximo viernes delante de la tele no espere estéticos reveses ni voleas dignas de una coreografía de ballet clásico, pero que se apreste a disfrutar con el españolísimo alarde de cojones de don David.

Gestitos; por María José Navarro
Aún conserva en la memoria aquella escenita de machote profesional que se marcó David Ferrer ante una jueza de línea en un torneo.
Todo lo que dice Nadal me parece bien. Me parece bien todo, incluso, valóreseme, lo que dice sobre su equipo de fútbol, porque lo hace con el mismo remedio que aplica a su juego: la autocrítica. Todo me parece bien de Nadal y, por supuesto, me parece bien cómo habla de sus rivales y cómo lo hace de sus amigos, entre los que se encuentra David Ferrer. Se supone que, por lo tanto, una debería tenerle cariño a Ferrer, mucho más siendo español. En estos tiempos en los que se nos obliga a todos a tomar partido en discusiones sobre la patria y sus contrarios quizá sea la última oportunidad para la incorrección política: este chico no me termina de molar. Aún conservo fresca en la memoria aquella escenita de machote profesional que se marcó ante una jueza de línea. «Es normal, tú eres una chica y las mujeres no saben hacer nada». O porque recuerdo que, cuando pierde, es habitual que se le vaya la olla, rompa la raqueta y saque los pies del tiesto pegando gritos que no vienen a cuento.
Quizá sea yo la que deba reflexionar sobre lo pérfida que parezco al no mostrar un apoyo incondicional ante el alicantino, quizá sea necesario y conveniente dada la ola de españolismo militante que prolifera o, simplemente, porque el chico lo merece de verdad. Quizá, y dejo la idea, tampoco estaría mal que este muchacho reflexionara sobre si más que carácter lo que muestra con esos arranques de mala educación es que es un caprichoso que se enfada cuando las cosas van mal dadas. Prometo, no obstante, hacérmelo mirar. Aunque sólo sea por Rafa Nadal.