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Fin de la Transición por Ángela Vallvey

La Razón
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Nuestra llamada «ejemplar» Transición (modestamente denominada así por quienes la protagonizaron), fue el velo que separó al franquismo de la democracia. Esa delicada cortina ha tardado más de 30 años en plegarse, o rasgarse, del todo y mostrar a España desnuda ante sus ciudadanos, tal como es en realidad, sin paliativos ni mentiras piadosas que continúen «protegiendo de la verdad» al «pueblo» supuestamente ignorante, miedoso y confiado. Treinta años son, en términos históricos, una generación. El cambio generacional que se está produciendo en España ha coincidido con una crisis económica brutal, todo lo cual propicia que el panorama que estamos destapando resulte absolutamente descarnado. Durante estos 30 años, impuso su visión de la realidad la generación de la Transición (políticos, ideólogos, poder económico, artistas, encargados de los medios de comunicación, intelectuales…); una generación siempre asustada por las supuestas tendencias del español medio a «la involución» (así llamaban eufemísticamente al franquismo, del que algunos participaron pese a lo mucho que, al parecer, lo temían). Ha sido una generación bien cohesionada, con objetivos e intereses comunes y sin duda bienintencionados, pero que ha grabado a fuego en el imaginario social español una serie alarmante de tabúes, prejuicios, idolatrías y patrañas mediante las cuales han pretendido conducir a los ciudadanos, tal que a un rebaño bien vigilado, hacia «el progreso y la democracia». Lo malo es que, al carecer todos ellos de experiencia democrática, han incurrido en errores liberticidas más propios de la vieja sociedad franquista que de una democracia avanzada. Durante treinta años hemos vivido con las falaces «ideas-fuerza» que nos impusieron como mandamientos: «la monarquía es intocable, pura e imprescindible para la democracia; la superioridad moral siempre es de la izquierda; quien no sea progresista es inevitablemente un fascista, etc.» Ahora, ese cuento se acabó. (Espero que para siempre).