Estocolmo

Fondo Monetario Internacional

La Razón
La RazónLa Razón

Viviendo en el Cono Sur americano las radios abrían sus informativos con la llegada a los diferentes países al veedor del Fondo Monetario Internacional. Temblaba el misterio y hasta los ciudadanos advertían de tormentas económicas apocalípticas. El veedor era igual que el hombre del saco y asustaba a la población. El FMI es una institución financiera internacional que financia a los países emergentes o divergentes y que da créditos blandos para resolver una deuda externa inasumible o un déficit ominoso. Claro está: a cambio que resuelvan los problemas estructurales que los han conducido a la bancarrota. El FMI no es un Drácula y muchas veces ha exigido condonar las deudas de naciones no recuperables a largo plazo. Pero tiene muy mala prensa ante la progresía internacional. Si sabes lo que te debo, ya conoces lo que te odio. Fui en un viaje a Estocolmo a visitar a un amigo periodista chileno a quien le ardió el pelo durante la dictadura de Pinochet. El Estado de Bienestar sueco le pasaba una pensión, le dio un apartamento gratuito en los suburbios, con servicios comunes, una bicicleta para que llegara al Metro y su esposa enferma de cáncer era atendida gratuitamente por los servicios sanitarios suecos. Ya habían asesinado a Olof Palme y el director de cine Ingmar Bergman, solidario y místico, se había autoexiliado en una isla danesa sintiéndose incapaz de pagar los altísimos impuestos. ZP recibe con buenas palabras el informe que ha hecho de la situación económica del FMI, pero las recomendaciones las retrasa. Es ucrónico. Lo que debe hacer nunca se corresponde con el tiempo real y se queda siempre corto, porque desde luego, nunca se pasa. Tiene el reto de inventarse otro Estado de Bienestar pero se quedará en el malestar permanente.