Sevilla

Estamos tocando el fondo

La Razón
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Lo peor del fraude de los ERE no es que entre los agraciados por la pedrea de prejubilaciones pueda haberse colado un cuñado de alguien sino que a los demás a partir de ahora nos quieran tomar por primos. De las explicaciones que esta semana ha ofrecido el secretario general de los socialistas de Sevilla y ex consejero de Empleo, José Antonio Viera, una de ellas se hace especialmente relevante por cuanto demuestra la endeblez de sus argumentos y ejemplifica la magnitud de la inverosímil contradicción en la que viven. Explicaba Viera, a propósito del ex director general que destapó el escándalo, que desde su punto de vista se trata de un magnífico gestor que gozaba de excelentes referencias, que desarrolló siempre un trabajo ejemplar y satisfactorio y para el que sólo cabe reclamar la presunción de inocencia. Como entre lo que se dice y lo que finalmente se ha hecho va todo un trecho, pues resulta que a este director general ejemplar lo cesaron en su momento por unas presuntas irregularidades en la Consejería que nadie ha terminado de explicar todavía y, más tarde, lo han apartado definitivamente del partido mediante un expediente de expulsión. No han valido sus referencias ni sus palabras de más ni sus silencios de menos.

Piden, pues, para nosotros una fe que desmienten sus hechos y que alimentan la especie entre la opinión pública de que la gravedad del caso deriva de aquellas mismas circunstancias que el partido y la Junta niegan con insistencia. Verbigracia, que se trata de un fraude generalizado por cuanto no puede ser otra cosa lo que alcanza a toda una trama organizada y que afecta a más de cuarenta casos conocidos. Que existe una responsabilidad manifiesta de la Junta puesto que en un solo día pudo detectar lo que antes no había sido capaz, o querido descubrir, en más de diez años. Que definitivamente se le acaba de echar tierra a una política económica desarrollada en las últimas décadas y de la que ahora sabemos que básicamente consistía en comprar con dinero público el silencio de los trabajadores de las empresas andaluzas en crisis. Que la desvergüenza política es la norma hasta en la recta final de la resolución del escándalo, puesto que no ha habido miramientos para echar a los de abajo (Mellet, Santoyo, Guerrero...) mientras que nada ha pasado con quienes jerárquicamente estaban más arriba. Y, lo peor de todo, que rematan nuestra escasa credibilidad alimentando, una vez más, la imagen de una Andalucía cutre, cleptómana, chapucera y corrupta que hundiéndose como los reptiles un poco más cada día nunca termina de tocar el fondo.