Ministerio de Justicia

A la carta

La Razón
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Garzón ha recusado a un nuevo magistrado del Tribunal Supremo. De los siete que tenían que juzgarlo, se ha cargado a seis. Peculiar personaje al que se le admite y tolera todo. Para Garzón, los magistrados don Juan Saavedra, don Perfecto Andrés Ibáñez, don Julián Sánchez Melgar, don José Ramón Soriano, don José Manuel Maza y don Manuel Marchena no son dignos para juzgarlo. Hay que buscar a otros seis. De esos seis, Garzón recusará a quienes convenga a sus intereses, y así, recusando y recusando, se encontrará con siete magistrados a la carta. Se me antoja inadmisible que Garzón dude de la imparcialidad y dignidad de tantos compañeros. Quizá piensa que todos son como él, y no desea arriesgarse. El resto de los ciudadanos no tenemos esa capacidad para recusar, en el caso de incumplir presumiblemente las leyes, a tantos jueces y magistrados. Nos empapelan y nos juzgan los que nos tocan, y santas pascuas. Que un juez ponga en duda la honorabilidad de los jueces me parece gravísimo. Y reincide en su gravedad. Insulta a la Justicia.

Su «ceja» particular – Garzón comparte con Zapatero a los «cejeros»– va por ahí denunciando que a Garzón se le juzga por investigar los crímenes del franquismo. Nada más lejano a la verdad. A Garzón se le juzga por prevaricación. Y previamente, por ordenar las escuchas en prisión de tres imputados del «caso Gürtel» de sus conversaciones con sus abogados. Y posteriormente, por abstenerse en una causa contra don Emilio Botín después de recibir del Banco de Santander una generosa financiación para sus cursos en Nueva York. Financiación que redondeó con la aportación de otras cuatro grandes empresas. Es decir, que Garzón, desde su despacho de la Audiencia Nacional, y con papel timbrado de su Juzgado, pedía dinero a los grandes empresarios para que le financiaran unos cursos en Nueva York absolutamente innecesarios. Garzón no tiene una cita con la Justicia, sino tres, y puede llegar la notificación de una cuarta en cualquier momento, siempre que la Universidad de Nueva York, donde desarrolló sus interesantes cursos, colabore con la Justicia española y aporte los datos que hasta la fecha prefiere guardar en sus archivos.

Garzón representa el significado de la decepción social. Hubo un tiempo en el que fue el más arrojado juez en la lucha contra el terrorismo, pero su imparable ambición política le ha desgastado para siempre. Nadie le ha condenado y se está condenando a sí mismo obstruyendo de manera caprichosa e infantil la acción de la Justicia. La primera obligación de un juez es respetar la honradez e independencia de sus propios compañeros en la administración de la Justicia. Un juez que pone continuas trabas a ser juzgado abre la ventana de las suspicacias. No sentiría felicidad alguna con un Garzón culpable y condenado. Pero su actitud está estrechando el margen de su inocencia desde la perspectiva de la calle.

Si Garzón insiste en recusar a magistrados y dilatar sus juicios pendientes, nos hallaríamos ante un agravio comparativo entre su persona y el resto de los españoles. La Justicia a la carta es contaminante, infecciosa y produce bochorno. Quien se cree que sobrevuela a los demás termina dándose una piña. Faltan magistrados para juzgar a Garzón, que lleva ya a seis abatidos en su morral de cazador experto. Si recusa a veinte más, ¿qué se hace? No es la pregunta de un jurista, sino de una persona de la calle que no entiende absolutamente nada.