El Cairo

Egipto: el régimen militar aún está ahí por Alfredo Semprún

La Razón
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El régimen es militar, por supuesto. Y a pesar de sus sesenta años parece gozar de una excelente salud. La verdad es que nunca ha dado señales de inestabilidad. Ni en octubre de 1973, cuando los carros de combate israelíes se hallaban a cien kilómetros de El Cairo y ya no quedaba nada que oponerles; ni en 1978, cuando firmó la paz y el reconocimiento de Israel en contra de la opinión de sus propios ciudadanos, ni en octubre de 1981, cuando los islamistas asesinaron a Anuar el Sadat, por citar algunos momentos claves de la historia reciente de Egipto. El instinto de supervivencia de su casta militar, legendario, le llevó a pactar con los Hermanos Musulmanes para masacrarlos a continuación o, más difícil todavía, a cambiar de bando pasándose a Estados Unidos a pesar de que habían sido los soviéticos los que, literalmente, le salvaron el culo en la desastrosa guerra del Yon Kipur. Una maquinaria propagandística a toda prueba había conseguido el sarcasmo de convertir a sus Fuerzas Armadas en la institución más respetada por la población, mientras se hacía de la Policía el enemigo más odiado, y con razón, aunque también eran ellos, los militares, quienes la manejaban a su antojo.

La casta militar es, además, una perfecta sociedad de socorros mutuos que controla un tercio de la economía del país. Empresas de todo tipo, desde petroleras a hoteles, que no pagan impuestos ni están supervisadas por la administración civil, dan trabajo y dinero a oficiales y suboficiales en retiro, garantizándoles que su nivel de vida no padecerá en la jubilación.

Y, hoy, una vez más, están jugando de mano maestra en la encrucijada. Como los hechos son tozudos, las urnas libres no podían dar más que un resultado: el triunfo de los islamistas en cualquiera de sus dos ramas. Numéricamente son más, están perfectamente integrados en las capas más pobres de la sociedad y han sabido moderar su discurso. Frente a ellos, liberales, izquierdistas, coptos y naseristas, que aún quedan algunos, representan una gran minoría, pero minoría al fin y al cabo. Y así ocurrió que los Hermanos Musulmanes y los salafistas coparon la Asamblea nacional y era cuestión de tiempo que, también se alzaran con la presidencia del país.

Es decir, que obtuvieran por derecho la potestad de elaborar una Constitución, hacerla aprobar y, al estilo de la actual Turquía, desmilitarizar poco a poco el país.

Por ello, conscientes cada uno de los adversarios de sus propias fuerzas, pero también, de sus debilidades, las negociaciones entre el régimen militar y los islamistas han tenido muy poco de florentinas. Los milicos han disuelto el Parlamento y se han convertido en el Poder Legislativo. Los Hermanos Musulmanes, en medio de los llamamientos al pacifismo y a la negociación, han llenado la plaza Tahrir de jóvenes dispuestos a dejarse quemar vivos antes de renunciar a una victoria electoral que todos los observadores consideran inapelable.


Siempre hay que tener un general en la «reserva»


Las condiciones son sencillas: será presidente el candidato islamista si acepta los hechos consumados de que no tendrá el poder ejecutivo ni la capacidad para cambiar de verdad las cosas. La otra opción es un general, ex ministro de Mubarak, de absoluta confianza. Lo habían mantenido en la «reserva» por si fallaba la opción del general Suleiman, como así ha sido.

Los riesgos de la apuesta son evidentes. La máquina propagandística da muestras de obsolescencia frente a las nuevas tecnologías de la información, con internet y las cadenas de televisión internacionales como punta de lanza, en un escenario muy diferente en el que los Hermanos Musulmanes ya no son vistos como el compendio de todo mal. Quedan, por supuesto, los tanques. Y la capacidad innata de estos militares para sobrevivir.



Cristina y los fantasmas del pasado
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández, gobierna rodeada de una nueva generación de peronistas, los guapos jóvenes de la Cámpora, seducidos por el espectro amable de una «tercera vía», la economía social de mercado, que ha fracasado en todos sus ensayos. De ahí la airada reacción con que ha despachado la huelga de camioneros y la convocatoria de un paro general, promovidos por la Confederación General de Trabajadores. Es el rancio peronismo de siempre, el de los sindicalistas dispuestos a paralizar el país al ritmo de la inflación, que no está dispuesto a dejarse eclipsar por unos recién llegados a la Casa Rosada. Vuelven los «descamisados», la vanguardia de la vía única. Ayer, por lo pronto, habían paralizado el principal yacimiento petrolífero del país, « cerro Dragón» en Chubut, lo que agravará la escasez de gas y combustible en el invierno.
(Foto: Ap)