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Qué fue de ellos

Décadas más tarde, los golpistas viven en familia y sin querer hablar. «Tejero es un lobo estepario», dicen

Fotografía tomada en Campamento durante el juicio*
Fotografía tomada en Campamento durante el juicio*larazon

En familia, aislados. Armada exporta camelias, Tejero pinta cuadros. Los golpistas del 23-F no quieren saber nada de política.

Treinta años más tarde continúa el silencio. La presión de una opinión pública en contra del mayor golpe militar hacia la democracia española puede convertirse en la peor mirilla. Porque, a diferencia de la pistola, no dispara nunca. Pero está ahí.

Algunos, como el comandante Ricardo Pardo Zancada, han «hablado» en algún libro. La mayoría de los que asaltaron el Congreso aquel 23 de febrero de 1981, sin embargo, ha optado por dar la espalda a la mirilla.

«Prefieren vivir aislados, dedicados a su familia», comenta Jesús Palacios, autor del libro «23-F, el Rey y su secreto». Es el caso de Alfonso Armada Comyn, entonces segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, clave en el golpe por su insitencia en implicar al Rey. Pasó una treintena de años en la cárcel, y al igual que el subinspector de tropas y servicios de la VIII Región Militar, Luis Torres Rojas, que fue puesto en libertad condicional por problemas oculares en una condena de 12 años, Armada igualmente abandonó la prisión por razones de salud. Vive, a sus 91 años, arropado por sus 10 hijos. Produciendo y exportando camelias. Su vivero personal lo tiene en el pazo de Santa Cruz de Rivadilla (Galicia). Según Palacios, por allí desfiló toda la clase política y artística, «hasta el Príncipe. Jovellanos escribió allí alguno de sus ensayos».

 Jesús Muñecas Aguilar, conocido por ser el capitán que se dirigió a los diputados para tranquilizarlos, fue condenado a cinco años de prisión y, ya en libertad, montó un picadero en Valdemoro. Otro emprendedor fue José Luis Cortina, en su momento Jefe de la Agrupación Operativa de Medios Especiales del Cesid. Juzgado y absuelto –fue asesor de Francisco Álvarez Cascos-, creó una empresa de estudios de mercado en Madrid. Juan Pérez de la Lastra, capitán, cumplió su condena de tres años y llegó a ser consejero delgado de Alfival, S. A, empresa dedicada a la promoción inmobiliaria. Los capitanes Francisco Ignacio Román y Francisco Acera pudieron continuar con su carrera militar tras el golpe. Tras pasar no más de un lustro en la cárcel, el primero ha sido coronel de Armamento de la Dirección General de la Guardia Civil y el segundo se retiró como teniente coronel en 1996. Enrique Bobis, capitán durante el golpe, también se retiró como coronel. No escribe, pero «vive» a través de Lope de Vega.

Dedicados a las letras

Otros utilizan las letras como forma de expresión. Ricardo Pardo Zancada, comandante en 1981, fue condenado a 11 años de prisión y se le retiró del servicio. Dirigió posteriormente la revista «Iglesia y Mundo». Actualmente vive en Madrid, en familia numerosa. Juan Batista González, capitán del Estado Mayor de la División Acorazada, procesado y absuelto, ha sido poeta y ensayista. En «La antítesis de la paz» analiza formas de terrorismo.

Para uno de ellos, a pesar de haber escrito sus memorias, quizá la literatura sea demasiado explícita. La pintura puede ser más sutil para exteriorizar pensamientos –no le ha ido mal, sus paisajes y retratos se venden por encima de los 2.000 euros–, aunque aquel 23 de febrero un terminante «¡Quieto todo el mundo!» no necesitara de adornos. Antonio Tejero Molina. Treinta años de prisión y pérdida de empleo le supuso su intervención. Actualmente vive con su mujer entre Málaga y Madrid. «Tejero es un lobo estepario, con muy pocas ganas de hablar y de relacionarse», lo define Palacios.

Otros se entregan más en la descripción. «Es un hombre honesto, entregado a una profesión. Obedecía órdenes de las altas esferas. Había que darle un giro a la nación, en un momento de crisis económica, con una desastrosa organización territorial y un terrorismo incontrolado. Cada vez pienso que teníamos más razón. Fíjese cómo está el paro y la corrupción». Quien así habla es un capitán que prefiere mantenerse en el anonimato. «Hemos estado en silencio porque se han dicho muchas mentiras. Nosotros entregamos todo por España sin esperar nada». El capitán anduvo aquel día por las inmediaciones del Congreso después de que hablara el Rey. «Cuando vi que aquello no salía entré para no dejar solos a mis compañeros. Por una cuestión y honor y lealtad. No como hizo Armada con Tejero, negando que éste mantuvo conversaciones previas al asalto».

Niega rotundamente que hubieran disparado a matar. «Estábamos más dispuestos a morir. ¿Cómo va a ser cierto que pensábamos disparar si venían los GEO? Era imposible que entraran teniéndolo todo rodeado».

El guardia civil Manolo Martínez describe la operación de un modo muy diferente. «Uno de ellos nos dijo que cuando entraran los GEO si se cortaba el fluido eléctrico y notábamos algún contacto extraño, disparáramos». Manolo tenía 21 años cuando aquello. Era su primer día de clase en la academia de Tráfico. «Era mi sueño de siempre». Cuando el sargento les pidió que pasaran por el dormitorio a coger el tricornio, pensó que todo era obra de ETA. «Fue una chapuza», opina Manolo, ahora tranquilamente retirado y portavoz de la Asociación Unificada de Guardias Civiles. «Cuando vimos que salía mal creímos que nos fusilarían. No olvidaré nunca la expresión de los parlamentarios. Tan preocupados, tan agobiados. En el más absoluto silencio».


*Fotografía tomada en Campamento durante el juicio. En primera fila, de dcha a izqda: Tejero, Manchado, San Martín, Milans del Bosch, Mas Oliver, Torres Rojas, Camilo Menéndez, Ibáñez Inglés y Zancada. En segunda fila: Dusmet, Batista, Acerca, Bobis, Abad, Gálvez, Álvarez, Cid Fortea, Pérez de la Lastra e Ignacio San Martín. En la tercera: Álvarez Arenas, Alonso, Lázaro, Izquierdo, Boza, Ramos, Vecino, Muecas, Núñez y Carricondo.