Londres

Los Miliband en el nombre del padre

Cuando los hermanos Miliband luchaban este verano por el liderazgo del partido laborista y les preguntaron quiénes eran sus héroes políticos, la respuesta de David fue Anthony Crosland, el autor de «El futuro del socialismo». El detalle no puede ser más revelador. Su padre, Ralph Miliband (1924-1994) pasó gran parte de su vida advirtiendo precisamente a sus camaradas de izquierdas que no podían ser seducidos por voces de sirena como las de Crosland.

Los Miliband en el nombre del padre
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Marxista convencido, Ralph empezó a hablar con sus hijos de política cuando sólo eran unos niños. Empleaba la misma naturalidad que tenía con sus alumnos en el London School of Economics, donde estuvo dando clases durante la conflictiva época de los 60. Fue allí donde conoció a Marion, una mujer, según sus palabras «de ojos inquisitivos y pelo desobediente». Feminista y de «espíritu de campaña», muchos aseguran que era muy pasional abordando los temas.

Ralph siempre fue más teórico. Aun así, nunca intentó imponer a nadie sus ideas. Ni tan siquiera a sus vástagos cuando supo que sus destinos iban encaminados al partido laborista, una formación con la que nunca logró casar sus pensamientos y que, sin embargo, ahora tiene a su pequeño como dirigente.

«Él era así. Inteligente, riguroso, curioso…, pero siempre respetuoso con los que pensaban de otra manera», explica a LA RAZÓN Hilary Wainwright. La editora de la revista «Red Pepper» conoció bien al que muchos consideran como el padre de una nueva generación. «Tuvo una vida difícil y por eso creo que fue tan igualitario».

Cuando Miliband, de origen polaco, llegó a Inglaterra en los años 40, lo primero que tuvo que hacer fue cambiarse de nombre. Fue bautizado como Adolphe, pero los ingleses le advirtieron de que así no gozaría de especial popularidad. Él sabía mejor que nadie a qué se referían. Había llegado a Londres huyendo de los nazis con su padre, en el último barco que partió de Ostende. Su madre y su hermana tuvieron que quedarse escondidas en una granja.

Uno de los primeros sitios que su progenitor le enseñó fue el cementerio de Highgate. Fue allí, con sólo 16 años, cuando prometió frente a la tumba de Marx ser siempre leal con la causa de los trabajadores. Durante los primeros años de la posguerra, Ralph se encontró «políticamente sin hogar». Fue crítico con el estalinismo, rechazó el Partido Comunista y nunca se sintió atraído por el trotskismo. El único partido que le quedaba entonces, por descarte, era el laborista. Se incorporó a sus filas en 1951 con grandes esperanzas de recuperar el «socialismo» a través de la nacionalización de la industria y los programas de bienestar social. Sin embargo, la ilusión le duró muy poco.

Cenas entre amigos
En los 60 cortó definitivamente sus vínculos por el apoyo de la formación a la guerra de Estados Unidos en Vietnam. Ralph nunca entendió el conflicto y durante toda su vida consideró a EE UU como una de las fuerzas imperialistas.

Días antes de convertirse en líder laborista, Ed ofreció un discurso en el que parecía que las conversaciones con su padre habían hecho su efecto. «La gran cuestión para Reino Unido en la próxima década es si se dirige hacia un capitalismo más inspirado en el de EE UU, más desequilibrado, más injusto, más salvaje, o si puede construir un modelo diferente, un capitalismo que funcione para la gente, y no al revés».

Tanto Ed como David siempre tuvieron muy en cuenta los ideales de su padre, a pesar de no estar de acuerdo con muchos de ellos. El «choque» nunca supuso ningún problema en la familia. Es más, en su último libro, «Socialismo para una edad escéptica», agradeció a sus hijos «sus útiles y estrictas críticas con los primeros borradores».

Ralph siempre se sintió orgulloso por la manera tan seria en la que los hermanos hablaban de política. Al fin y al cabo, lo habían mamado desde pequeños. Cuando convirtió su casa de Primrose Hill en el punto de encuentro de los pensadores más progresistas, los niños siempre estaban merodeando por el salón. «Aquellas cenas eran maravillosas y además Ralph hacía una ensalada de atún muy rica», recuerda Wainwright. «No eran debates estrictamente políticos, eran reuniones entre amigos en las que se discutía de filosofía y de preocupaciones humanas». Según la escritora, Ralph siempre fue fiel a su creencia en la justicia social. «Era un visionario, pero basado en la realidad política. Siempre capaz de burlarse de aquellos en el poder y al mismo tiempo tratando de comprender la naturaleza del poder injusto y cómo hacerle frente de manera efectiva».

El mismo salón Primrose Hill quizá sirva estas Navidades para juntar, de nuevo, a los hermanos Miliband. El hecho de que David haya abandonado el primer frente, después de que su hermano le haya «robado» el liderazgo del laborismo, puede contribuir a un ambiente tenso. Quizá hagan un pacto para no hablar de temas incómodos. Quizá no. Su padre habría aceptado sus compromisos con la formación, pero jamás habría permitido que la política se convirtiera en un tabú.