Estados Unidos
Dieta de ciruelas
En una tertulia radiofónica de madrugada, la corresponsal en Washington de una cadena de radio española dio unas cuantas pinceladas sobre la vida pública en los Estados Unidos para llamar la atención sobre algunas diferencias sustanciales entre los políticos de aquel país y los nuestros. Por una parte dijo que los políticos norteamericanos comunican sus mensajes con meridiana claridad y sin andarse por las ramas, gracias a que en los Estados Unidos el sistema escolar contempla la elocuencia como una asignatura. También advirtió de que la transparencia de la vida pública se basa en el conocimiento exhaustivo que se tiene de la actividad de los políticos gracias a la actitud perspicaz de los medios de comunicación y a la expresiva naturalidad con la que se conducen los personajes. De Obama se tiene una idea fiel de lo que piensa y a nadie se le escapa un solo detalle de lo que hace, pero se sabe también lo que come, y antes de instalarse en la Casa Blanca eran de dominio público tanto su manera de ganarse la vida, como las actividades en las que ocupaba su tiempo libre. ¿Ocurre algo parecido con los presidentes españoles? Es evidente que no. Desconocemos cómo es la vivienda que ocupan, el dinero que ganan, los títulos de sus lecturas, sus costumbres y sus vicios. Si por cualquier descuido de alguno se sabía algo en el momento de ser candidato a la presidencia, nada más llegar a La Moncloa se ha convertido en un perfecto desconocido de cuya vida lo ignoramos casi todo, igual que ignoramos el funcionamiento más elemental de La Moncloa, convertido en un secreto inexpugnable, como si los celosos guardianes de la ortodoxia temiesen que el entramado del Estado pudiese venirse abajo en el caso de que trascendiese a la opinión pública la clase de pijama que se pone el presidente. Por la trayectoria decadente del país es obvio que a Zapatero no le importa su mala fama como gestor, pero parece evidente que a los responsables de blindar de la curiosidad popular su imagen humana es como si les produjese pánico la idea de que los electores puedan imaginarlo apretando los dientes con las calzoncillos bajados en la taza del retrete después de una dieta de ciruelas. En este periodo de hecatombe hemos asistido a la desatada euforia verbal de un presidente al que sólo le crecen razonablemente los cementerios. Los representantes norteamericanos aprendieron a hablar en la escuela, justo el lugar donde muchos de nuestros políticos tendrían que haber aprendido a callar.
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