España

Fueros del trabajador

La Razón
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A instancias de un ministro falangista de Acción y Organización Sindical, en 1938 se aprobó en España la ley del Fuero del Trabajo. Se trataba de una ley intervencionista que pasaría a reglamentar de manera inflexible la vida económica de un país cuyo principal motor laboral era el propio Estado. El Estado era todopoderoso y aunque reconocía tímidamente la existencia de la «iniciativa privada» no le daba mayor importancia dado que él (Franco), o sea: el Estado, en cuanto la ocasión lo exigiera, estaba dispuesto a sustituir esa fastidiosa iniciativa privada rápidamente. La ley lo regulaba todo: jornada laboral, vacaciones, precios, salarios mínimos…, por «el bien de la nación y de los trabajadores». Dicen que tenía cierta influencia de la italiana, y fascista, «Carta di Lavoro» (1927), que declaraba que el trabajo «no puede reducirse a mercancía ni ser una mera transacción que atente contra la dignidad del trabajador». (Los movimientos fascistas tuvieron tanto éxito en su momento quizás porque eran «obreristas», y se prometían salvadores de la masa trabajadora, al igual que sus primos comunistas. Qué ironía). El Fuero del Trabajo sentó las bases de la Seguridad Social, y proponía liberar a la mujer casada «del taller» para que volviera a casa (a trabajar el triple, pero sin cobrar). También puso los cimientos del Sindicato Vertical y creó la Magistratura de Trabajo. Todo, en los primeros años del régimen de Franco. El paternalismo intervencionista del franquismo llegaba al delirio: así compensaba el gran problema de la falta de libertad (individual y colectiva). El modelo, como se ve, cuajó en la sociedad española:

En 1980 se aprueba casi por unanimidad el Estatuto de los Trabajadores, una norma que hereda lo esencial de la ley franquista y lo adereza con un poco más, si cabe, de intervencionismo administrativo en las relaciones laborales, y que continúa controlando el mercado laboral español hoy día. Y… ¡nos extrañamos de que las cosas vayan mal, que España sea campeona mundial en la destrucción de empleo…! O que la tan cacareada Reforma Laboral –esos deberes «duros, difíciles» que ZP se disponía a hacer antes de irse– se haya quedado en un fiasco. No es extraño, sino lógico. ZP, para lo que le queda en el convento, no está dispuesto a fajarse para acometer una reforma moderna de verdad pero que iría en contra de la tradición y la historia de España: un país incapaz de crear riqueza, alentar a los emprendedores, facilitar la abundancia de trabajo; que sólo genera empleo público, funcionarial, bajo la protección del sacrosanto Estado. Que ama las nacionalizaciones y teme a las «privatizaciones» porque las entiende como robo y acto de «codicia». España lleva casi 8 décadas demostrando su insolvencia para crear empleo desde la «iniciativa privada» (esa que no gustaba a Franco y sigue sin gustar a nadie), sofocando la producción y el crecimiento individuales. Y forjando una sociedad injusta terriblemente dividida en dos: ultra-protegidos trabajadores (funcionarios o contratados indefinidos) ante desempleados, becarios, jóvenes precarizados… Así nos va.