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Los otros

La Razón
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Me encantó el símil que hizo Isabel San Sebastián con Zapatero y Nicole Kidman, cuando esta última en la película «Los otros» se negaba a reconocer que estaba muerta. Zapatero es hace ya tiempo un muerto, un peso muerto que soportamos todos los españoles, que andamos de luto por la decadencia de un país que fue alguien en el mundo de las naciones evolucionadas y prósperas, una España arruinada con cinco millones de parados de los que muchos de ellos no tienen ni un pequeño subsidio para comer. Yo creo que desde el primer minuto de su presidencia, Zapatero ha sido un cadáver, un cadáver nada exquisito, sino de esos que son malignos, que hacen daño a los vivos con una mala influencia que derrama sobre todos los que nos hacemos llamar españoles, una negra sombra que nos asombra con su egoísmo y su empeño en continuar habitando el cementerio de La Moncloa. Reconozco que debe ser duro el oficio de cadáver, sobre todo si a sí mismo se niega una evidencia palpable, una máxima a la que no se puede dar la vuelta: la de que es más fácil crear un vivo que resucitar a un muerto. No, los muertos no resucitan, los muertos descansan para la eternidad en sus tumbas y, según nos han enseñado a los católicos, algunos han de purgar los daños que han hecho. Se dice que el actual jefe de Gobierno está psicológicamente afectado por su fracaso y por el desdén de quienes le rodean. En su pecado lleva la penitencia. Tampoco tiene el suficiente talento como para convocar elecciones anticipadas. Nunca lo tuvo, por eso no nos sorprende. Y es que con los muertos no se avanza. Porque están inertes. Porque no respiran. Porque tampoco piensan.