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Noche de paz en Oviedo por Julián REDONDO

La Razón
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El pasado 7 de septiembre, con la Selección española de fútbol elegida Príncipe de Asturias de los Deportes, charlé con Teresa Sanjurjo, directora de la Fundación. «Teresa –sugerí–, ¿y si invitáis a Luis Aragonés a la ceremonia del Campoamor? Él puso la primera piedra de este equipo». «¿Y por qué no?», respondió. Después de pertinentes consultas y gratas conversaciones, el 22 de octubre Luis estaba sentado a la izquierda de Villar en el escenario. La invitación le llenó de orgullo y Del Bosque la aplaudió. Mientras, las gestiones para que la representación de futbolistas estuviera a tono con la importancia del Premio y la solemnidad del acto chocaban con barreras incomprensibles. La principal, la intransigencia del operador televisivo, inflexible en las fechas que impone a clubes y a la Liga del Fútbol Profesional. Desoyó las peticiones de Barça y Madrid para jugar el domingo e ignoró a la Fundación. Cruyff, el oráculo, para dejar en buen lugar a su antiguo representante recomendó que estos premios no se entregaran un viernes... También desafortunados Mourinho y Guardiola; al primero le corrigió su presidente al imponer la presencia de Casillas; al segundo, el suyo no le echó un cable. Bastaba con que Rosell hubiese dicho que se trataba de un acto institucional para liberarle del código irreversible. A Rosell le faltaron tablas y el entrenador tuvo que renunciar a llevar a Xavi a Zaragoza para que el Barça no hiciera el ridículo. Ya en Oviedo, sobre el escenario, la deportividad imperó por encima de todas las miserias cuando Del Bosque, con la bonhomía que le caracteriza, hizo partícipe a Luis del galardón y de la alegría de «La Roja». Lo suyo fue más que un gesto. Sin pretenderlo, firmó la reconciliación del fútbol español, ganó un amigo y perdió un crítico.