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Lavapiés

La Razón
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Lavapiés ha sido siempre uno de los grandes barrios populares de Madrid. Representa una manera de burlarse de los «barrios altos»: quien vivía allí, más abajo de la Plaza del Progreso, no los necesitaba. Despreciaba a los «señoritos» y se reía de ellos. Cualquiera que haya nacido o vivido en Madrid se reconoce de inmediato en lo que el espíritu castizo y burlón de Lavapiés significaba. Durante mucho tiempo, el barrio conoció una larga y penosa degradación. Luego, desde hace unos quince años, empezó a llegar otra población, muchos de ellos inmigrantes. Los nuevos vecinos han hecho un trabajo admirable, y han limpiado y adecentado la zona. Lavapiés se recuperó y se enriqueció con una diversidad cultural que recordaba la de mucho tiempo atrás, pero como la historia nunca se acaba, ha llegado la hora de un nuevo desafío. En esos años, también llegaron los okupas y los alternativos, parásitos que viven de los desechos de la sociedad. Ahora esos parásitos están intentando convertir Lavapiés en un gueto alternativo, al modo de algún barrio de Barcelona. En Madrid nunca han existido guetos como ésos, porque la sociedad madrileña, hasta ahora cívica y orgullosa de su responsabilidad, no los ha consentido. La novedad es que cuentan con el apoyo del Gobierno y su ministro del Interior. Evidentemente, los socialistas quieren importar el «modelo» barcelonés, humillar a Madrid (y a España) y dejar claro quién manda. Algo parecido ha estado ocurriendo en Sol, y ahora en el Paseo del Prado, pero éstas son zonas de representación que se limpiarán en cuanto cambie el Gobierno. En Lavapiés, en cambio, puede crearse un foco permanente de degradación y delincuencia. Los principales interesados en que eso no ocurra son los vecinos, que pueden ver todo su esfuerzo echado a perder en el altar, por así decirlo, del rubalcabismo.