México
Sanción extrema
El Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) decidió ayer aplicar a Alberto Contador la mayor sanción posible en el caso del clembuterol detectado en uno de los análisis efectuados al ciclista durante el Tour de Francia de 2010, que ganó con brillantez. El Tribunal ha optado en este caso por no escuchar los alegatos del corredor. Y tampoco se ha parado a considerar que la sustancia hallada en las pruebas, más bien trazas de la misma, en modo alguno podría haber supuesto al deportista una mejora de su condición física. En todo caso, se habría tratado de una ingestión no voluntaria, lo que, unido a la ausencia de efectos realmente dopantes que modificasen la masa muscular y la potencia de Contador, habría supuesto en cualquier jurisdicción ordinaria, donde prime el derecho sobre otras consideraciones, la obligada absolución. Pero no en el caso del deporte internacional, donde la ausencia de dopaje no ha impedido someter al campeón español a sufrir durante casi dos años la persecución de la Unión Ciclista Internacional y de la Agencia Mundial Antidopaje, que acosaron al campeón hasta el último extremo posible. Para estas organizaciones internacionales, la condena de Contador ha sido sin duda un trofeo que podrán incorporar a sus vitrinas y un alegato para sostener públicamente que sus normas garantizan el juego limpio y permiten una lucha eficaz contra el dopaje en el mundo del deporte. No ayudó en modo alguno al ciclista la declaración de los ganaderos españoles, para quienes toda la carne, sin excepción, que se vende en España, está sometida a rigurosos controles veterinarios, que acabaron hace décadas con la plaga del clembuterol que se utilizaba para engordar las reses antes de su sacrificio. Denunciaron, eso sí, que era posible hallar restos de la sustancia prohibida en piezas de carne importada. La propia AMA anuló las sanciones impuestas a deportistas en México por considerar involuntaria la ingestión del preparado químico en la carne consumida en ese país.
Contador siempre ha defendido su inocencia y renunció a una sanción menor, de un año de suspensión. Convencido de que podría demostrar que no se dopó, decidió jugarse el todo por el todo. Recurrió y participó en pruebas deportivas, aunque sabía que si ganaba algún título, le sería retirado en el caso de que el tribunal decretase su culpabilidad. Una situación que no podía gustar a los organizadores de pruebas como el Giro, en la que el ciclista superó a todos sus oponentes y todas las pruebas antidopaje. Demostró que era el mejor, que podía subir las peores cumbres sin más fuerzas que las propias y su coraje. Pero el Tribunal que ignoró su alegato también ha cerrado los ojos al esfuerzo demostrado. Un viejo campeón como Federico Martín Bahamontes lo tiene claro: «Han querido cargárselo desde el principio».
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