Ibiza

Escuela de cursilería por Jorge Berlanga

Escuela de cursilería por Jorge Berlanga
Escuela de cursilería por Jorge Berlangalarazon

Esta mañana me he encontrado a unas señoras discutiendo acaloradamente en la barra de la cafetería sobre si el marisco se come con las manos o con cubiertos, si se puede usar el cuchillo con la tortilla de patatas, o la forma de pelar un plátano. Son las consecuencias de un nuevo concurso televisivo donde, tras un elaborado casting, se ha seleccionado a un grupo de chonis y macarrillas (diamantes en bruto, los llaman) particularmente asilvestrados, patitos feos del tosco lumpen patrio, para convertirlos en hermosos y educadísimos cisnes capaces de brillar en sociedad. Nada nuevo, más que revivir el mito de Pigmalión, o la apuesta del profesor Higgins en «My Fair Lady» educando a la barriobajera Eliza Doolittle hasta convertirla en alambicada dama. Claro que estas criaturas, especialmente elegidas por sus bajas dotes, tal vez algo forzadas por la dirección, distan de parecerse a la estupenda Audrey Hepburn, pero si me apuran, ejem, pongamos que un maestro como Josemi Rodríguez Sieiro tampoco da la talla de un Rex Harrison.Decía Balzac en su «Tratado de la vida elegante» que la distinción apenas ha de ser perceptible, siendo un efecto natural sin estridencias ni notas llamativas. Difícil veo entonces que se puedan dar lecciones de buen gusto participando en un aparatoso negocio televisivo, con su grosera búsqueda de audiencia, cuando aparecer en un tinglado semejante es ya de por sí una razón de mal gusto. No es de extrañar pues que utilicen como jueces y profesores de un saber estar demi-mondaine a una serie de personajes que se han labrado una fama relamida de estilo impostado como fuente de oficio y beneficio. Con la estirada y lánguida Carmen Lomana como maestra de ceremonias, tratando de disimular con displicencia su pasión por los focos. Entramos pues en la eterna discusión sobre si con la clase se nace, o ésta se hace. Mostrando al repipi profesorado como ejemplo. Lo que pasa es que en este país se sigue confundiendo a menudo la clase con el esnobismo, y así acabamos en la estulticia del pijerío, vistiendo a las monas de seda con etiquetas. Tratar de poner como el colmo de la exquisitez haraganear en una tumbona de Ibiza comiendo sushi y soplando champán rosé mientras se ridiculiza a los concursantes por no saber usar los palillos no es más que una horterada. El problema consiste en saber si los educadores pueden ser modelos de perfección o chirrían a la hora de enseñar modales. En fin, habrá que ver si el programa tiene éxito y la tele basura le da al público lecciones de fineza, protocolo, saber estar y hasta merendar. Aunque me temo que en lo que acabe sea en una escuela de cursilería.