Actualidad

La tristeza detrás de la máscara

Director: Tomas Alfredson. Guión: B. O'Connor y P. Straughan según la novela de Le Carré. Intérpretes: Gary Oldman, Colin Firth, Tom Hardy, John Hurt. GB/Alemania, 2011. Duración: 127 min. Espionaje.

Una escena de la película
Una escena de la películalarazon

Los que esperen una película de espías a la antigua usanza, cuando aún tenía sentido afilar cuchillos contra la Guerra Fría y había enemigos glamurosos detrás del Telón de Acero, se encontrarán con una sorpresa. En cierto modo, «El topo» es la deconstrucción del cine de espionaje: le priva de todo encanto, convierte el mito en un oficio de oscuros burócratas atrincherados en sus despachos, y lo utiliza para describir una época que no es tan distinta de la nuestra, demostrando que el péndulo de la Historia lleva tiempo detenido en el declive de la civilización occidental.

Obligado a sintetizar una novela que la célebre miniserie de la BBC contó en seis fructíferas horas, Alfredson recupera el tono melancólico de «Déjame entrar» para explicar una historia de secretos, traiciones y máscaras caídas, en la que lo político se confunde con lo íntimo. Bajo su aspecto de funcionario gris y taciturno, Smiley (interpretado por un felizmente contenido Oldman) aglutina los puntos de vista de los miembros de la cúpula ejecutiva de los servicios secretos británicos para detectar cuál de ellos es el infiltrado, cuál ha mordido la carne del comunismo. Su silenciosa mirada taladra la perspectiva del relato, trenzado a partir de una miríada de «flash backs» que se sucede por capas, como placas tectónicas que chocan para encontrar una verdad entre la niebla. Es mérito de Alfredson que nunca nos perdamos por el laberinto y que la creación de esa atmósfera opresiva, intemporal, cale en los huesos de un espectador incapaz de identificarse con nadie. Habla de paranoia, pero «El topo» es, fundamentalmente, una película triste que retrata un mundo en el que nadie puede fiarse de nadie, habitado por prisioneros de su vida oculta, cuyo libre albedrío se asfixia entre archivos clasificados y pasaportes falsos. Ni a Le Carré ni a Alfredson le importan demasiado la identidad del topo, que a decir verdad es previsible: lo que cuenta es la soledad de unos hombres que defienden el honor de una civilización en la que ni siquiera creen.

lo mejor:
la escena inicial en un café de Budapest tiene la fuerza de los clásicos de este género de los 70
lo peor:
nos gustaría saber mucho más sobre el topo, personaje que queda algo desdibujado