Crítica de cine
CRÍTICA DE CINE / «Aita»: Casa tomada
Dirección y guión: José María de Orbe. Intérpretes: Luis Pescador y Mikel Goneaga. Fotografía: Jimmy Gimferrer. España, 2010. Duración: 98 minutos. Drama.
Tan extraña como acogedora, «Aita» se ofrece al espectador como singular vaso comunicante entre la vanguardia y el cine narrativo, entre el mundo de los vivos y de los muertos. El escenario es un caserón desolado, el Palacio de Murguía, que el propio Orbe heredó tras la muerte de su padre cuando tenía ocho años. Ese espacio es habitado por las conversaciones entre el guarda de la casa-museo y su amigo sacerdote, pero también por los espectros nocturnos que surgen silenciosamente de las paredes cuando los hombres duermen. Es una idea muy hermosa, la de haber invocado al cine primitivo vasco para encarnar esa dimensión espectral de la película, celuloide tratado en el laboratorio para que se proyecte en los límites que separan la vida posible de la muerte renacida. Es como si la memoria de un pueblo sólo pudiera resucitar a través del cine, como si fuera un sueño que sueña un fantasma.
Desde el cine de Stan Brakhage y de metraje encontrado hasta el «Tren de sombras» de Guerín, desde la obra de Val del Omar hasta las películas de Albert Serra, «Aita» recorre el camino que va de un cine experimental español que apenas ha existido hasta un cine de tiempos muertos que se obstina en poner los pies en el suelo. Es un cine de restos humanos, de osarios y tumbas, que filma el espacio como si fuera un panteón por descubrir, y que utiliza las conversaciones de dos actores no profesionales como si fueran las estacas a las que podemos agarrarnos, el sustrato metafísico de la película transmitido desde el artificio de un naturalismo que nos hace llegar la sensación de muerte en su estado más crudo y accesible.
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