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Austin Powers y Miniyó la secuela

Una de las características singulares del cine actual es la repetición. La serialización de lo mismo. Hasta Ed Wood, el peor director de la historia del cine, tiene una filmografía variada si se compara con la moda actual de un cine de secuelas. El paradigma es Santiago Segura, cuya filmografía completa es un filme y tres secuelas del mismo.

Austin Powers y Miniyó
Austin Powers y Miniyólarazon

Debe de ser la influencia de la televisión en el cine ante la presión de internet. Preferir la repetición de lo conocido a lo novedoso y original. Ayer, una secuela era sinónimo de cutrez, mientras que hoy, habituados a las teleseries redundantes, sus fans la esperan como un acontecimiento. Que sea noticia que Mike Myers haya firmado un contrato para interpretar la cuarta entrega de «Austin Powers» pone en evidencia el síntoma de la deriva cinematográfica actual. Myers cosechó un inmenso éxito con las dos entregas de «Wayne´s World» (1992), cuya influencia en el cine de «tontos muy tontos», como «Isi/Disi», es fundamental, y se consagró con «Austin Powers» (1997), una parodia de un James Bond psicodélico: un espía detenido en el «Swinging London» de los 60, con su vestimenta hippie. El gag de Julieta Serrano anclada en los años 60 en «Mujeres al borde de un ataque de nervios» (1988) no es original de Almodóvar, procede del personaje de Tery Garr en «Jo, ¡qué noche!» (1985), de Martin Scorsese. Pero lo que ha hecho de «Austin Powers» un fenómeno mundial es el genial Miniyó, interpretado por Verne Troyer, un enano de 80 cm. Él es el clon miniaturizado del Dr. Maligno, una suerte de redundancia cómica que utiliza para subrayar con sus «comillas» y su diminuta imagen repetida la metonimia friqui del malvado de pacotilla. Un hallazgo que ha trascendido al personaje para convertirse en el otro paródico del poder. La encarnación friqui del mal. Su cara B ridiculizante. Como Hervé Villechaize, la copia enana de Felipe González, que le costó el puesto a Gurruchaga.