Literatura

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La Razón
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Ha metido la pata John Galliano y está el mundo revolucionado porque su empresa le despide. Esto es fantástico. No por lo que dijo, lamentable todo, sino por sus consecuencias. Ah, oiga, es que la empresa, la marca y tal, no se puede permitir que diga Vd esas cosas tan incorrectas, así que le damos la patada que el planeta entero necesita que le propinemos, no vaya a ser que nos ganemos enemigos entre los círculos que dicen qué es lo que hay que decir y lo que no hay que contar en voz alta y que encima tienen medios y posibilidades para colocarnos a los pies de los caballos de la industria, y está la cosa con la crisis que no queremos ya más nada, jolín.

Galliano se pilló una tajada como un piano y vomitó una serie de asquerosidades importantes, y nos ha parecido fatal a todos, así como si los que se han pillado una tajada alguna vez hubieran escrito un clásico de la literatura o hayan ayudado a una anciana a cruzar despacito por un paso de cebra mientras la cogorza estaba viva. Al diseñador se le había muerto el novio hacía bien poquito, aunque eso no cuenta, porque lo importante es cómo queda la casa, la casa Dior, y se nos ofrece como un sacrificio para las que nunca hemos comprado un Dior y para que comprendamos cómo se las gasta la firma con los que se pillan una de nariz y boca y la lían.

Al mismo tiempo, Bangladesh destituye al banquero de los pobres. Muhamad Yunus, el premio Nobel de la Paz, acusado de evasión fiscal. Yunus, que se resiste a jubilarse, argumenta que la operación era una innovación financiera. Claro, defraudar a hacienda o al fisco de turno no es tan bestia inicialmente como decir una estupidez que ni siquiera favorece al que la dijo, pero a veces nos quedamos en la cáscara y evitamos por comodidad bajar a la arena del problema.

Al mismo tiempo casi, Charlie Sheen ha perdido la enésima oportunidad de su vida. Se ha cancelado la serie que le estaba haciendo famoso siendo, por fin, lo que siempre fue: un espantajo. Y no se ha cancelado porque fuera un desastre en vida, sino porque, en un colocón, se despachó a gusto contra ésta y tiró por la borda los principios que a la productora le permiten vender un producto que está protagonizado por un tipo que es un deshecho humano que se dedica a desbarrar y cuyo personaje es un idiota monumental. Cosas del mercado.