Terrorismo
«No había un solo policía armado»
Sólo tres policías y un guarda se hallaban el fatídico viernes lo suficientemente cerca como para poder enfrentarse al asesino. Pero ninguno de los cuatro hombres iba armado.
Dos estaban en la misma isla de Utoeya: el agente de seguridad encargado de las instalaciones, cuya identidad no ha sido facilitada, y un policía fuera de servicio, Tron Berntsen, de 51 años, que murió tratando de proteger a su hijo de 10. Tron era hermanastro de la princesa Mette-Marit, con la que mantenía, a decir de la Prensa local, un cierto trato familiar. La Casa Real noruega, sin embargo, se ha limitado a dar una escueta nota: «Los pensamientos de la princesa están con sus parientes más cercanos».
Los otros dos policías, agentes municipales, se hallaban más lejos, en un pueblo ribereño a menos de diez kilómetros, pero, como es normal en este tranquilo país, tampoco estaban armados.
Hasta ahí, poco se puede reprochar al Ministerio del Interior. Pero la opinión pública noruega comienza a preguntarse cómo es posible que se tardara más de tres cuartos de hora en enviar refuerzos armados a Utoeya. Más aún cuando, pese a las numerosas llamadas de auxilio efectuadas por los jóvenes que estaban siendo asesinados, se ha sabido que casi con media hora de antelación ya había en la zona helícopteros de varios medios que pudieron pudieron filmar con sus cámaras cómo el terrorista deambulaba tranquilamente por la orilla del lago en busca de nuevas víctimas, aunque en un principio, por un error de información, se dijo que había sido un helicóptero de recocimiento de la policía el primero en llegar a la zona. Mientras, varios vecinos, alertados por los disparos, tomaron sus embarcaciones para intentar salvar a los jóvenes que, desesperados, se habían arrojado al agua.
El Ministerio del Interior niega la mayor y mantiene que actuaron lo más rápido que pudieron, dadas las circunstancias: la enorme explosión que acababa de sacudir el centro de Oslo y el desconocimiento del tipo de amenaza a la que se enfrentaban en la isla. Dicho de otro modo, el estallido del coche bomba había movilizado a todas las unidades disponibles hacia el centro de la ciudad. Para cuando se tomó conciencia de lo que ocurría en la isla de Utoeya y se pudo reunir al equipo de operaciones especiales, el único cuerpo de la Policía noruega entrenado y armado eficazmente, el terrorista ya había acabado con la vida de 68 personas.
También promete una cierta polémica el hecho, revelado ayer, de que los Servicios Secretos noruegos –PST– mantuvieron bajo vigilancia a Anders Behring Breivik durante el pasado mes de marzo a raíz de la compra de los productos químicos con los que, al parecer, fabricó la bomba que estalló en el barrio gubernamental de Oslo. La jefa del PST, Janne Kristiansen, confirmó a la cadena pública de televisión NRK que el joven levantó las sospechas de su departamento tras haber realizado un pago de 120 coronas (unos 15 euros) a una empresa polaca, lo que hizo que ingresara en la lista. La cantidad, sin embargo, no era suficiente como para pasar a una «vigilancia activa». Y, además, parece que tampoco se cruzaron otras informaciones sobre las actividades de Anders que hubieran podido alertar de que algo preparaba. Por ejemplo, la adquisición legal de varias armas largas como miembro de un club de tiro. No, Noruega no estaba preparada para tanta maldad.
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