Feria de Bilbao
Castaño vence en la miurada
Pamplona. Cuarta de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Miura, grandones, altos y con descarados pitones. 1º, 4º y 5º, malos; el 2º se deja sin clase; el 3º, buen pitón izquierdo; el 6º, sin emplearse, a la defensiva y rebrincado. Lleno en los tendidos. Rafaelillo, de tabaco y oro, estocada (saludos); estocada (silencio).Fernando Robleño, de rosa y oro, media, dos descabellos (saludos); pinchazo, bajonazo (silencio).Javier Castaño, de blanco y oro, estocada (oreja); estocada (saludos).
Hipnotizó al toro. Y a nosotros. Había hecho cosas feas en el capote el tercero pero olvidó en la muleta de Javier Castaño. La cosa iba de aplomo, de asentamiento, de claridad de ideas para gobernar un viaje, por la derecha, que iba y venía sin grandes problemas ni virtudes. Cuando cogió la zurda todo cambió. Nada que ver. Paró el tiempo, se atemperó el toro, que esta vez colocó la cabeza abajo y tiró de la arrancada. Muy auténticos los naturales. Muy templado el Miura. Se embraguetó, todo o nada. Y hasta pareció que entraba de lleno el silencio. ¡Ah! no, eso no. Mató pronto, rápido, bien y paseó un merecido trofeo.
Todo el morbo recaía en el sexto. «Navajito» se había separado del grupo en el encierro y perdonó vidas sin remilgos. Cerró plaza después. La expectativa, de haberla, se saldó con una embestida rebrincada, a la defensiva... Si cogía impulso era para dar cabezazo en la arrancada. Castaño le buscó las vueltas. Tenía la puerta grande a medio abrir. Sumó y sumó. Pero hubo de conformarse con lo anterior.
La de Miura no puso las cosas fáciles. Lejos de una embestida entregada, protestaron con los pitones por las nubes lo que no fueron capaces de argumentar por abajo. Enorme corrida de Miura, grandona, alta, despampanantes caras. Y hasta ahí pudimos leer.
Sacó «Primera» los pitones por encima del burladero nada más salir de toriles. Una barbaridad. Un mundo de toro asomaba por encima de los ojos de la cuadrilla, del torero. El toro, largo como un tren y alto, siguió su curso en la muleta de Rafaelillo. Abría plaza. Y casi sustos. El toro no humillaba ni por equivocación y de vez en cuando se quedaba antes de haber abandonado la cadera, quizá hombrera, del torero. Un horror. Aquello era el destoreo. A la defensiva. No había otra en la afanosa muleta de Rafael. Qué sufrimiento. Y qué mérito el del murciano que le recibió con dos largas de rodillas en el tercio, cumplió a la legua con la muleta y lo mató de veras.
Sin humillar, violento, descompuesto y sabiendo lo que dejaba atrás. Así fue el cuarto. Para Rafaelillo, que se llevó ayer el gran lote (ironía). El murciano se justificó mientras el Miura iba a peor.
Robleño, adiós al miedo, recibió al segundo de la tarde con una larga cambiada de rodillas. Y sin miedo ni lugar a él, aprovechó las arrancadas potables del derecho. Tragaba Fernando, pasaba el toro. Así una y otra vez con desplante incluido. Robleño se topó con la inmensidad del quinto. Había toro por todos los lados. No pasaba el Miura en la muleta. Mal asunto. Robleño quiso. Difícil lo tenía. Sufrimos todos.
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