Soria
Esto es vida
Esperanza Aguirre puede dedicarse ahora a sus grandes pasiones: su familia (sobre todo sus nietos), jugar al golf y pasárselo bien con sus hermanas. Hay vida después de la política
Entre actos junto al Rey y reuniones con Adleson, Esperanza arañó el tiempo suficiente a Aguirre durante el verano para reflexionar sobre su trabajo, escuchar a su familia y proyectar su futuro, lejos de la política activa. Luego, manejó su «timing» en el más absoluto de los secretos. Todo bajo control; nada dejado al azar.
Un lunes de febrero de 2011 anunciaba, tras inaugurar una carretera, que abandonaba temporalmente la política porque debía someterse a una operación, por haberle sido detectado un cáncer de mama. La cirugía era cierta (un carcinoma in situ de 1,8 cm de diámetro); su promesa de baja, relativa. «Mantuvo su agenda hasta ese día –nos aseguraba entonces su hermana Piedad–, y a mí me habló de su operación el domingo.
Ella es así: hace cosas que no podría aguantar nadie, como llevar veinte años durmiendo cuatro horas. No se cansa, no coge un catarro. No hay nada que le guste más que la política... Bueno, sí, su debilidad son sus nietos».
Otro lunes, éste, con un emocionado discurso escrito a cuerpo de letra lo suficientemente grande para no tener que recurrir a las gafas, la presidenta anunció su dimisión definitiva. ¿Será el paso del Rubicón al que aludió o una retirada temporal? ¿Realmente nunca se ha sentido una profesional de la política como dijo en «petit comité» a Ignacio González e Isabel Gallego? ¿Su marido podría necesitarla en estos duros momentos en los que el fallecimiento de su hermano –que vivía con ellos– por culpa de un cáncer le ha derrumbado? ¿O desea pasar más tiempo con sus nietos (con sus hijos no pudo, y el gran educador de Álvaro y Fernando fue su esposo)?
Pese a la falta de filtraciones, muchos sospechaban de su cansancio acumulado durante todos sus años de vida pública: «La última vez que, en su despacho, desayunamos, me dijo que estaba cansada de la política y soñaba con poder jugar tranquilamente al golf». cuenta Sánchez Dragó. No en vano, para ella este deporte va más a allá de ser una afición. Es una auténtica pasión.
De momento, no estará inactiva. Tras recoger sus cosas del despacho de la Puerta del Sol y llevarse las fotos de su familia, empaquetar las viñetas de Mingote, la maqueta del helicóptero que evoca el accidente del que salió ilesa y el capote regalo de su torero favorito, Cayetano Rivera, ha encontrado un nuevo destino donde colocar su arsenal afectivo: pasará a formar parte del Instituto de Turismo de España, Turespaña, dependiente del Ministerio de Industria, Energía y Turismo.
En esta dirección, y antes de hacerse público, Virginia Drake, autora de «Esperanza Aguirre. La presidenta», ya apuntaba: «Me la imagino volcada en la imagen y el turismo de España, y compartiendo mayor dedicación a su marido –que se lo merece–, a sus hijos, nietos, hermanos y a su madre».
El presidente del Congreso, Jesús Posada –amigo desde hace más de treinta años–, dice haber hablado con ella «y mi opinión es que le va a costar apartarse de la política, porque ésta se mete hasta los tuétanos en la vida de los políticos... Aunque ella tiene una gran ventaja: infinidad de aficiones y una familia a la que adora».
Hermanas y nietos
Sus pautas de conducta –según aseguraba su equipo– habían cambiado a raíz de la enfermedad «presuntamente curada». Redujo las comidas de trabajo, que eran habituales en su agenda, y sólo las admitía en casos muy especiales. Su entorno repetía que «la jefa» había cambiado su planteamiento: pese a no desatender ninguna de sus obligaciones ni reducir su rendimiento, parecía haber decidido llevar una más vida sana y más familiar.
Su hermana Piedad nos refería que son frecuentes las quedadas de hermanas, cuando el tiempo lo permite, para echarse unas partidas de cartas. «Es un pretexto para vernos y hablar». Saca hueco para «la comida de todos los hermanos y sobrinos en casa de nuestra madre, los miércoles y los fines de semana, para juntarnos con nuestros hijos y respectivas nietas».
Beatriz, Fernando y Beltrán –el benjamín primogénito de su hijo Álvaro–, acaso sean tres poderosas razones para este cambio de ciclo... «Hay que ver –explicaba el empresario Arturo Fernández, presidente de la patronal madrileña Ceim– con qué emoción enseña las fotos». La pequeña Beíta habla, toca el pianillo de juguete, canturrea y juega con las gafas de la abuela. Los niños le fascinan. Cuando opositaba al Cuerpo de Técnicos Superiores del Estado, se le pasó por la cabeza dirigir una guardería para ayudar a las mujeres trabajadoras con hijos. Virginia Draque refiere que Javier Fernández-Lasquetty, hoy consejero de Sanidad, le contó que algunos fines de semana invitaba a gente de su equipo con niños y no dudaba en ponerse el mandil y freír croquetas.
Compañero de vida
Su madre, doña Piedad, sus siete hermanos, sus hijos y especialmente su marido, Fernando Ramírez de Haro, conde de Murillo –dedicado a la ganadería–, son su centro medular. Desde que se casara en 1974 con un Grande de España, el mismo día que su hermana Isabel, vestida de Balenciaga, es su mejor apoyo.
Dicen sus allegados que se llevan de maravilla. Que ella no podría haber hecho ni la mitad sin su apoyo. Tampoco sacar adelante a sus dos hijos, porque, confiesa Drake, «el gran educador, paciente y dialogante es su marido». Verlos juntos, en una de las partidas de cartas a las que son tan aficionados, «es increíble –aseguraba su hermana–, se gustan muchísimo, se ríen de las mismas cosas, se tiran pullas divertidísimas. Fernando es la gran suerte de Esperanza». Un compañero de vida, para quien ahora podrá tener más tiempo en estos momentos difíciles.
Tiene muchos amigos a quienes quiere dedicar tiempo. Nadie duda de que dará largos paseos por su barrio, podrá dormir más y leer los periódicos con tranquilidad. Y si afecto no le falta, aficiones, mucho menos. Su amigo –y primo por parte de su mujer– Alfonso Ussía recuerda que de jóvenes fueron pareja de tenis con muy mala fortuna; «sin embargo, el golf se le ha dado de perlas». Este deporte le importaba muy poco hasta que conoció al que sería su marido –golfista aficionado y miembro de la Federación Internacional–. Fue entonces cuando pidió a su madre que le permitiera recibir clases.
Golf, naipes y libros
Tanto se afanó que ha llegado a tener hándicap 3. No es la primera vez que el tesón le conduce a superar algo para lo que no tenía una notoria inclinación. Siendo estudiante, quiso aprender a bailar sevillanas, y su familia, en premio a las buenas calificaciones, le pagó un profesor de flamenco. Una afición más, que ahora podrá desarrollar.
Los naipes son una constante en la vida de la ex presidenta. El mus, la canasta, el bridge... Jesús Posada recuerda la época final del Gobierno de González y el principio de Aznar, cuando retomaron continuidad en su amistad: «Quedábamos cinco matrimonios para jugar al póquer, con la única condición de que hubiera dos mesas, para que marido y mujer no fueran contrincantes. Nos reíamos mucho y ella ganaba casi siempre». Ahora podrá retomar esa afición.
«Le encanta tomar el sol. Su gran pasión es coger un libro y aprovechar cada rayo –dice Virginia Drake–. La veo descansando los fines de semana, leyendo historia y biografías». «Sus lecturas suelen ser muy sajonas –afirma su hermana Piedad–, quizá porque sigue siendo muy británica en su manera de ser». No en vano la abuela de su padre –Mariana O'Neill– era irlandesa. «Estoy convencido de que podría escribir un libro», remata Sánchez Dragó y «también tendrá tiempo para escuchar música», refiere Alfonso Ussía, quien recuerda haber asistido a conciertos con ella, como los de Jorge Cafrune. «Tiene muy buena voz», reseña.
Amén de lo dicho, tendrá espacio para elegir sus chaquetas de Zara –que hasta ahora no podía–, comprar broches para su colección y decidir con menos premura los trajes de recepción que le cosen las modistas de su tía Malu, en tanto que tendrá menos actos sociales.
Abuela, para recuperar sensaciones perdidas
«Esperanza Aguirre, como tantas mujeres de su generación, se vio en la diatriba de tener que luchar en un mundo masculino, como es la política, con sus mismas «armas». En aquel momento, la disyuntiva entre «familia o carrera» no era ni planteable, por lo que no debió poder permitirse ni una presunta debilidad que delatara su mundo emocional», asegura Sara Solano, psicóloga y directora del Gabinete Ecubo, es experta en reeducación y aprendizaje de herramientas emocionales.
Añade que posiblemente hoy, con su fuerza y el paso del tiempo, se haya permitido a sí misma evaluar, mirando hacia atrás y ver que «pelear en un mundo de hombres y utilizar, por obligación, sus armas», le impidió permitirse la emotividad de llevar una vida familiar «llamada normal».
A Esperanza Aguirre, ponerse límites como madre debió de resultarle duro. Pero el hecho de ser abuela es tremendamente grato porque te permite un espacio de llamémosle «debilidad», con menos censura, en tanto que la responsabilidad del menor no recae sobre ella.
De estar ahora en la situación de madre, sería distinto. Seguro.
Lo que pueden vivir mujeres de sus características, no se tildaría como «culpa», sino como «recuperación del tiempo perdido» o «nuevas oportunidades», con los hijos de sus hijos.
«Una abuela, liberada de cargas extra, se reafirma alardeando de los hijos de sus hijos, con quienes puede ser más ella que nunca», continúa Sara Solano. «Esta sensación de apasionarse con sus nietos, no tiene nombre, pese a ser muy común.
Ni complejo de culpa, ni de compensación ni de equilibrio... Se llama, simple y llanamente: la oportunidad de recobrar sensaciones perdidas».
Podrá ir a El Corte Inglés, donde, además de comprar los zapatos que lució tras su vuelta de Bombay («que eran de la Semana Fantástica»), podrá adquirir con tranquilidad sus cosméticos habituales: el «gloss beige» de Estée Lauder, el maquillaje de Sisley o el tinte vegetal con el que cuida el rubio de su cabello, que un día fue pelirrojo.
Nadie imagina que dejará de vivir en el corazón del barrio de Malasaña. En el Palacete de los Valdés –que confesaba no poder mantener caliente por lo cara que le resultaba la calefacción– porque, como matiza Dragó: «Es muy madrileña y muy madrileñista, le gusta el campo, pero no la imagino fuera del barrio. La he invitado a visitarme en Castilfrío (Soria), pero nunca lo ha hecho.
Y, con Nimes, en días de feria, lo mismo. ¡Y mira que le gustan los toros!». Todos los entrevistados dudan de su salida definitiva de la política. Inés Sabanés, la ex cocejal de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Madrid y a la que le une un fuerte respeto, la ve en un papel mixto: «Capaz de desconectar y vivir la política desde otro ángulo, pero como una persona de opinión, estudio y reflexión. Es una mujer terriblemente llana, todo un torrente. No creo que deba ni quiera estar callada», concluye la política de Equo.
Por su parte, Virginia Drake –quien el mismo día de la dimisión le mandó un SMS diciendo: «Le deseo que todo le vaya bien y ya voy preparando la segunda parte de su biografía (jajaja)»– explica: «Lejos de la política no la veo. Los periodistas no dejaremos de llamarla y seguirá diciendo lo que le parece y, ahora, con más libertad, si cabe». Alfonso Ussía nos contaba que «terminará teniendo el gusanillo, como todos los toreros que se cortan la coleta; el riesgo del toro le va a apetecer.
Estaba harta de los suyos, no de los demás; de su partido, y cuando descanse, le apetecerá volver a la plaza, porque nunca ha sido una política mansa». Jesús Posada alude en la misma dirección y a Sánchez Dragó le cuesta admitir la idea: «Primero porque me duele... Y quizá sea esto, por mi parte, ‘‘wishful thinking''».
Nadie cree que se hayan acabado las prisas para siempre. Aunque preconizan un época de descanso, de recuperar sueño y tiempo, de dejar de llevar en el maletero del coche oficial: un par de pantys, unos pendientes de repuesto y un par de zapatos de vestir para las imprevistas ruedas de prensa... Especialmente en una mujer capaz de sobrevivir a los accidentes de helicóptero, a los atentados islamistas y, «de momento», y como ella dice, al cáncer.
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