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Su última entrevista a LA RAZÓN: «La familia como en El Padrino es lo primero»

La Razón
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Ha recibido casi todos los premios literarios y es un eterno candidato al Nobel. Inmerso en su próxima novela, inspirada en un personaje histórico que denunció las iniquidades de la explotación del caucho, nos recibe en su céntrica casa madrileña.


-Llevo veinte años acumulando preguntas... No sé por dónde empezar. Con 12 años me obligaron a leer «La tía Julia y el escribidor». ¿Estaría justificado que le odiara?
-¡Qué horror! Te doy todo el permiso porque no debiste entender nada. ¿No había juguetes en tu colegio? Aunque a todos nos han hecho algo parecido, apelo a tu cordura y hago un llamamiento a los profesores: no obliguen a los niños a leerme.


-Se vacuna contra la literatura.

-Exacto. Cuando yo me propuse hacer de mis hijos lectores recurrí al soborno. Les ofrecía dinero para que leyeran dos horas diarias y no me fue mal. Ante la lectura, corrupción en lugar de dictadura.


-Apoyó a UPyD. ¿Tanta falta hacía el partido de Rosa Díez?
-Sin duda. Nunca ha habido en España un auténtico partido liberal en el sentido clásico y avanzado. UPyD es el que más se acerca y por eso le di mi apoyo.


-Resulta raro oírle hablar bien de un político. Usted que tiene estopa para todos.
-La más alta función del intelectual es la crítica, ingrediente indispensable de la libertad. Pero una crítica de ideas, no de agravios ni injurias.


-Por eso califica el gobierno de Cristina Fernández de desastre total.
-Es que Argentina está conociendo la peor forma de peronismo: populismo y anarquía. Temo que sea un país incurable.


-¿Y lo de Berlusconi?
-¡Es que es un caudillo! Eso sí, dotado de un innegable instinto político.


-¿También tiene para Zapatero?

-Ha caminado despreocupado hacia el ciclón sin ver los negros nubarrones que se cernían sobre su cabeza.


-¿Se hubiera medido en un debate con Hugo Chávez?
-Yo no propuse esa polémica, fue él. De haberse llevado a cabo, hubiera sido un torneo desigual, donde él hubiera lanzado injurias y yo tendría que haber tratado de poner argumentos sobre la mesa.


-En cambio, tacha a Obama de intelectual. ¿No es pasarse un poco?
-En absoluto. La gran novedad no es que sea negro, es que hay un intelectual en la Casa Blanca. Y eso es una rara avis. La idea del intelectual que se tiene en USA es la de alguien de la problemática cotidiana, por esa razón fracasó Adlai Stevenson.


-Hay más entradas en internet referidas a usted como comentarista político que como escritor. ¿El «opinólogo» puede engullir al narrador?
-Espero que no, porque soy fundamentalmente escritor. Pero nunca he podido separar mi quehacer literario de una cierta responsabilidad cívica.


-«Ser testigo de su tiempo», que decían los existencialistas.
-Sí, pero no sólo testigo, sino protagonista. No me gusta el escritor que observa en el balcón y no hace nada. Debe entrar en la candela.


-El «algo pasa en la calle de Machado» no va con usted.
-Es que en todas las sociedades el escritor debe participar, aportar ideas.


-Muchos colegas dicen que usted es un hombre digno con el que estar en desacuerdo.
-Eso es un elogio. Lo recojo con gran gusto.

-¿Le parece que estamos en pleno deshielo ideológico, sin ideologías claras?
-Sí, y de gran confusión. Por eso es importante una renovación profunda del pensamiento político que cuadre con nuestra época y nuestro actual escenario social.


-Media entrevista y sólo hemos hablado de política. ¿Cómo va su «Sueño celta»?

-Llevo inmerso más de un año y está inspirado en un personaje fascinante: Roger Casemont, que cumplió un papel importante al denunciar las iniquidades en la época de la explotación del caucho en el Congo y la Amazonia.


-Su mujer decía que usted es un hombre complejo, obcecado y hermético.
-Mi mujer me conoce mejor que yo mismo, por tanto no sé si le debo parecer hermético. Aunque si lo dice, por algo será.


-Aseguran que bebe cantidades ingentes de leche. Para algunas escuelas psicológicas significa un Edipo no resuelto.
-He descubierto que la gente detesta la leche y a mí me encanta. Creo que sobreviví y no caí en la tuberculosis –que era el terror de mi infancia– porque bebía leche como una víbora. ¿Sabías que a las víboras les encanta la leche? A lo mejor, no superé el Edipo, pero tampoco creas que me quitaría el sueño.


-¿Le halaga que en los concursos de belleza las candidatas aseguren cocinar bien, deseen la paz en el mundo y lean a Vargas Llosa?
-¡Espero que sea verdad! Para un escritor, calar profundo en las reinas de la belleza es un éxito rotundo en la vida. ¿Qué más puedo esperar?


-Fue jurado de Miss Universo. ¿Cómo se mide la belleza?
-Ni me lo recuerdes. Me dieron un libro que es lo más largo en estatutos que he leído nunca. La elección se hacía apretando un botón que nunca llegué a saber si respondía a mis órdenes o a las de alguien ajeno interesado en que ganase una señorita en concreto. Al final ganó...


-No me lo diga: era fea como ella sola.
-Mujer, no lo diga así... Digamos que no era la que más nos entusiasmaba a los miembros del jurado. Por tanto, no sé cómo llegó allí.


-Es decir, que «nunca mais».
-Lo mejor era que todas las candidatas estaban aleccionadas por el mismo «coach» para decir lo mismo: admiraban a la Madre Teresa, todas eran apolíticas, tenían una gran pasión por la naturaleza y consideraban que la belleza era algo secundario.


-¿Y no le leían a usted?
-Si hubieran dicho qué libro, daría más pistas de ellas.


-Una miss nuestra sentenció: «Sigo mucho a Vargas Llosa pero aún no he tenido oportunidad de leer nada».
-¿Y cómo me seguía?, ¿por avión?


-¿Por qué le tiene esa extraña querencia al animal más feo del planeta?
-¡Con los hipopótamos no te metas! Es un animal lindo, delicado, y un ejemplo para el ser humano. No hace daño a nadie. Tiene una piel suave, una garganta chiquita y sólo ingiere libélulas y pequeños insectos. Su pasión es revolcarse en el barro, estar en las charcas y hacer todo el tiempo el amor con la hipopótama. ¿No es de admirar? Los adoro.


-Es surrealista: estar con Vargas Llosa y hablar de hipopótamos. ¿Cómo hemos llegado aquí?
-Estoy muy orgulloso de mi pasión por ese animal. ¿Por qué no hablar de ello?


-No le pregunto por Gabriel García Márquez porque no me contestaría, pero ¿cree que hubieran escrito aquel proyecto de una novela a cuatro manos cuando aún eran amigos?
-Hubiera sido imposible. Hablábamos de ello, cambiábamos ideas. Se trataba de una guerra fantochesca entre Perú y Colombia por un pedazo de la Amazonia, pero era más divertido hablarlo que realizarlo.


-Necesito saber una última cosa: primero se casa con su tía y luego con su prima. La endogamia y usted se llevan bien...

–La familia, como en «El Padrino», es lo primero.


Sin almidón, aunque con jazmín
Una se siente culpable al tener que importunar al autor de «Conversación en la catedral» para una entrevista. Máxime si anda enredado en un «Sueño celta», la novela que le obliga a viajar de África a Irlanda. Pero una vez alterada la geografía de su escritura, accede a recibirme en su salón minimalista y se deja mecer por mi curiosidad. Aunque yo sin el recrujir de almidón y él sin jazmín alguno en el ojal... No cabe la menor duda de que pasé la tarde con «un señor de aquellos que vieron mis abuelos».