Nueva York
Las mutaciones de Ribera
El Prado reúne 32 obras de juventud de El Españoleto, una etapa fascinante de su vida, con las que los expertos creen dar por zanjada la atribución al pintor de algunas de ellas.
Terminaba cuadros en apenas dos días, buscándose y sufriendo cada poco en su forma de pintar un cambio sísmico. José de Ribera llegó a Roma en 1610 y en 1616 se fue a Nápoles otro pintor distinto. Pero en ese tiempo, «la mano rápida» completaba lienzos sin firma que pasaron a la historia anónimos, creando un debate que dura ya medio siglo y que parece darse por cerrado y devolver ahora su juventud al pintor de Játiva (Valencia). La exposición «El joven Ribera» que inaugura el Museo del Prado el próximo 5 de abril, invita a una década fascinante en la vida del artista.
La pieza clave del rompecabezas fue «El juicio de Salomón», que, junto a una serie de los Apóstoles que eran propiedad de la familia Longhi, de Florencia, había quedado hasta hoy con la burocrática autoría de El Maestro de El Juicio de Salomón. A secas. En 2002, el investigador Gianni Papi, tras recopilar documentos esenciales (en especial la revisión de la biografía del pintor) que ubicaban a Ribera en Roma en el tiempo en que fueron pintadas, y otros, que catalogaban obras de ese grupo como propias de «el español», el estudioso llegó a la conclusión de que «de forma indudable» eran de Ribera.
Polémica «zanjada»
Papi seguía una línea ya apuntada por José Milicua, catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona y autoridad internacional sobre la materia, y avivaba una polémica anterior, cuando en 2001 el Prado adquirió en Nueva York la obra «La resurrección de Lázaro», de la misma década, y que algunos especialistas ya atribuían al maestro español. El gran problema es que las obras de esa época no se firmaban «porque los que se consideraban maestros pensaban que su técnica hablaba por ellos, y que el que sabe de arte debe tener buen ojo para identificar autores», dijo ayer Milicua, que ya considera «zanjada» cualquier polémica. «La Virgen se le aparece a los pastores, pero hablando de cuadros, hay que estudiar», ironizó. La ausencia de firma no es algo exclusivo de Ribera. Velázquez no firmó «ni media docena de cuadros», y Caravaggio «nunca, salvo una vez», según el investigador. El origen del fracaso de muchos historiadores para averiguar el autor es en su opinión que «se han dejado llevar por los rasgos nacionales de estilo. Nadie puede decir por la forma de pintar del primer Ribera que tenga una formación de Ribalta ni española ni de ningún otro lugar», aseguró. En cambio, los aires de clasicismo de «El juicio...» llevaron a pensar a muchos expertos en un autor francés. La novedad de la atribución a Ribera es que le otorga un papel protagonista en el desarrollo de la pintura romana del siglo XVII, porque sitúa a El Españoleto en la ciudad diez años antes de lo que hasta ahora se pensaba. También le ha sido devuelta la paternidad de «El martirio de San Lorenzo», «Jesús entre los doctores» y «Mendigo», aunque los expertos creen que «saldrán a la luz más obras». A Madrid han llegado 32 pero son «varias decenas».
Ribera pintaba sin esquemas, corrigiendo en el lienzo, y la exposición tiene la virtud de comparar cuadros de apenas tres años de diferencia, que parecen de autores con poco en común. Ese es el tiempo de diferencia entre el grupo del Apostolado y «El juicio de Salomón» y la serie de los Sentidos o el «San Jerónimo», indudablemente riberianos. Eso fue lo que despistó a Roberto Longhi, que fracasó al identificar al autor «porque no le gustaba Ribera. Decía que era analítico», contó Milicua ayer. «Pero el Ribera al que se refiere Longhi era el que pintaba la suciedad a las uñas aunque fuera un apóstol sacrosanto. El de esa época es otro Ribera», el que se está buscando a sí mismo. Otro juego que permite la muestra y corrobora las nuevas teorías es seguir el rastro a personajes de los cuadros dudosos en obras posteriores del valenciano.
En esa década, entre 1610 y 1620, el pintor seguía los pasos de Caravaggio. Primero probó fortuna en Parma, después en Roma, en una época fascinante de artistas que buscan mecenas y traiciones en los ducados e incluso «mafias» pictóricas de escuelas enfrentadas por su origen o sus ideales. Como el maestro italiano, Ribera encontraría fortuna al fin en Nápoles bajo el virreinato español. Pero antes, siguió al maestro del realismo hasta el punto de que pidió permiso para abrir un boquete en el techo de su vivienda, para que la luz entrase como desplomada desde el cielo, según contó Milicua. También ambos llevaron una vida pendenciera (por cierto, ajena a la moral cristiana que a Ribera dio fama) y debieron huir por las deudas, según recoge Papi en el catálogo de la exposición, que va más allá de ser una guía para ser «una ampliación del conocimiento» sobre el pintor. Para completar el viaje, lo mejor es seguir por la colección permanente del museo, donde otros 40 Riberas hacen sentir la mortificación y el martirio en carne propia.
El detalle
RIBERA, EN CUATRO ACTOS
La exposición propone cuatro etapas para conocer al joven artista. La primera es enfrentarle con «El juicio de Salomón», donde se anuncian temas, composiciones y estilos recurrentes. Luego veremos reaparecer personajes y dar la misma ropa a un mendigo que a los filósofos. Evoluciona su técnica con velocidad, con las escenas históricas que pinta en Roma, las medias figuras, y, en Nápoles, por fin, las imágenes devocionales.
- DÓNDE: Museo del Prado.
- CUÁNDO: del 5 de abril al 31 de julio.
- CUÁNtO: tarifa general, 10 euros. Reducida, 5 euros.
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