Buenos Aires

Cervezas refrescos y paciencia para ver pasar a San Bernado

El entorno de la Puerta de la Carne es un «collage» de sensaciones, anécdotas y estampas imprevistas

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SEVILLA- «¡Buscamos un parking!», grita una mujer desde el interior de su coche con evidente nerviosismo. Junto al vehículo, se arremolina un grupo formado por curiosos, turistas, ancianas chismosas y parroquianos de la Puerta de la Carne, que tratan de buscar una solución a lo que se le viene encima a este matrimonio recién casado de Buenos Aires. «¿Qué hacemos»?, hay que actuar rápido porque estos dos porteños miran con cara de pánico hacia el puente de San Bernardo, por donde viene la cruz de guía de la hermandad escoltada por su correspondiente banda. «¡Vayan hacia la Universidad y busquen un hueco allí!», le conmina uno de los curiosos, que les recomienda que lo hagan «¡ya!, que los nazarenos vuelan».

Un nuevo Miércoles Santo en la puerta de la antigua judería de Sevilla con una de las cofradías con más sabor y autenticidad de la ciudad. Como un torrente negro y morado llega la cofradía desde el puente que lleva su nombre y del barrio, que espera repleto no hay ningún sitio, a que la Virgen del Refugio vaya tomando el suyo por las estrechas calles. Mientras tanto, en las terrazas de los bares, restaurantes y hoteles de la Puerta de la Carne, los turistas beben refrescos de cola y cerveza bávara, mientras miran contentos el paso de los nazarenos. Han pasado la mañana por el centro en busca de las iglesias desde donde salen las cofradías. Tienen en la mano un mapa repleto de indicaciones y de notas sobre cómo ver las procesiones, aunque no les sirve de mucho. «Nos cuesta mucho trabajo distinguir entre unas y otras», comenta una joven con cierto disgusto en sus palabras. La mejor manera que han encontrado para hacerlo es sentados en una mesa cerquita de la calle, «donde se ven muy bien los penitentes, aunque me han dicho que ésta hermandad tiene muchos, ¿no? Tendremos que pedir más bebidas», comenta entre risas. Un refrigerio que también buscan algunos nazarenos que acaban de llegar desde el puente. Del sol, pasan a la sombra y aprovechan la estrechez de San José para entrar en un bar. Se alternan el cirio y el antifaz a la puerta del establecimiento. Son muchas horas de camino y hay que descargar un poco la vejiga antes de encarar la Carrera Oficial. Las mesas en las que los «guiris» ven la cofradía de los toreros se convierte en unos palcos de excepción con bebidas a precio de oro.

No todo el Miércoles Santo vive la paz y la concordia habitual. En la plaza de San Leandro hay problemas. Los coches no pueden pasar porque La Sed ocupa los alrededores de Santa Catalina. La paciencia se acaba cuando una chica con acento del norte sale de su vehículo y grita a un Policía Local: «¿Qué es lo que es esto? ¿Por qué no puedo pasar?», le espeta al agente, quien trata de aguantarse. «Estamos en un Estado laico y si esa gente tiene derechos yo también los tengo», vuelve a gritar. De fondo musical, los sones de la banda de cornetas y tambores, que acompaña al Cristo de la Sed, cuyos hermanos, ajenos a la crispación, pasaban lentamente hacia la Catedral.


Siempre con los más débiles
Las hermandades representan en la calle lo que son realmente a lo largo del año. En el caso del Buen Fin, esta máxima se repite con los niños del Centro de Estimulación Precoz Cristo del Buen Fin, que acompañan a la hermandad. Se trata de una cantera de humanidad, en la que la cofradía se vuelca durante todo el año. Cada Miércoles Santo, la Virgen de la Palma recibe el mejor de los regalos cuando los pequeños, los más débiles entre los débiles, se ponen la túnica de hábito franciscano para dar la mejor lección de amor y entrega cristiana a Sevilla.