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Una gran fiesta familiar

La Razón
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Por cuarto año consecutivo la archidiócesis de Madrid celebra este primer domingo del año un multitudinario acto religioso en torno a la familia. Lo que empezó siendo en 2005 un gesto de afirmación y de reivindicación del núcleo familiar frente a ciertas políticas del Gobierno socialista ha ido madurando hacia un movimiento apostólico de más largo aliento y profundidad, al que se han adherido otras diócesis españolas y asociaciones de carácter internacional. No sin razón, este impulso pastoral ha despertado gran interés en otras Iglesias europeas y es seguido en la Santa Sede con notable cercanía. La explicación de su éxito, que tiene una indudable dimensión cívica además de religiosa, hay que buscarla en el seno de la propia sociedad española, que demanda criterios sólidos y fiables frente a los nuevos modelos familiares auspiciados por los poderes políticos o como consecuencia de la transformación moral y organizativa de la ciudadanía. Pero también es algo más.

Con actos multitudinarios como el de hoy en la madrileña Plaza de Colón se pone de manifiesto una potente vitalidad cívica que tiene a la Iglesia como impulsora y que, basada en la oración y la fe, está llamada a ejercer gran protagonismo como elemento vertebrador de una sociedad cada vez más quebrantada por la crisis económica, el paro, la violencia de género, los divorcios, el aborto libre, el abandono de los ancianos, la insolidaridad, etc. Nada sucede por casualidad, y del mismo modo que el relativismo moral ha ido modelando una filosofía social sin jerarquías éticas y sin anclajes espirituales, es ahora la propia sociedad la que reacciona para reivindicar unos principios y un modelo de convivencia basados en el núcleo familiar. La familia no es ni un invento del Estado ni un artefacto ideológico de nadie, sino la base natural de toda convivencia humana al margen de razas, países y épocas.

De ese eje que forman un hombre, una mujer y su descendencia emana una serie de derechos y deberes que se ha ido depurando a lo largo de la historia, mucho antes por supuesto de que naciera el Estado moderno. Por tanto, es obligación de los poderes públicos respetar esos derechos y favorecerlos como garantía de convivencia y progreso. Está ampliamente demostrado el papel amortiguador que ejerce la familia en situaciones de crisis, como la actual, y su capacidad para resolver conflictos personales que, de otra manera, derivarían hacia problemas sociales graves. Especialmente importante en la familia natural es la función formadora y socializadora de menores y jóvenes, sin la cual se dispara la inadaptación, la marginación y el fracaso vital en las nuevas generaciones. De todo ello se concluye que la familia natural es un bien básico que los gobernantes deben proteger y promover. La Iglesia es muy consciente de esta necesidad, a la que dota, de acuerdo con su función apostólica, de una dimensión espiritual. A la familia se la puede fortalecer de distintas formas y por diferentes iniciativas, desde las legales hasta las económicas, pero ninguna de ellas está reñida con la que propone la Iglesia, que es la de la fe y la oración en plaza pública, con actos como el de hoy en Madrid.