Novela

El tío del Códice por Ángela Vallvey

La Razón
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Me ha dejado impresionada la noticia sobre el tío que ha robado el Códice Calixtino de la catedral de Santiago –y otro «rosario» de obras de arte sacras, preciosas joyas de bibliófilo, cuya lista todavía no es definitiva, y puede que nunca llegue a serlo–. Confieso que la historia me asquea y me fascina por igual. Es un argumento anti-Dan Brown, anti-Javier Sierra. El retrato de este payo –del presunto chorizo catedralicio– y de su familia es una instantánea de la España más umbrosa y más fea. La que todos preferimos olvidar, obviar, ignorar. Igual que existe la América Gorda, una patria de Obama inédita que nunca aparece en el cine (pletórico de gente delgada y bella), aquí tenemos la España fuliginosa del tío del Códice. La que es capaz de meter la pezuña en el cepillo de las limosnas y encima irse a casa cabreada con la Iglesia, a justificar en la intimidad sus actos roñosos, infelices e indecentes. Quizás a disculparlos moralmente hasta el punto de lograr implicar en sus delitos a la novia del hijo. Vaya paño el de esta familia, que seguramente cubre sus camas con mantas de piel de hiena. Me pasma y alucina la meticulosa y criminal desamortización a la que han sometido a la catedral. Qué apoteosis de lo lóbrego, lo ruin y lo rudimentario supone la historia de este electricista del trinque sagrado. (Supuestamente).

¡Robar en una iglesia! Qué suerte tiene, el presunto atraca-cepillos, de no profesar otra religión en otra parte del mundo y de que no lo hayan pillado allí con las manos en el Libro Sagrado, justo cuando se llevaba el botín del templo, muy ofendido, y rumiando su venganza… Visto así, digamos que en realidad le ha venido Dios a ver, al tío del Códice.