Literatura

La Habana

Echenique: «Cuba nunca será peor algún día morirán los Castro»

El autor de «Permiso para vivir» vuelve a la narrativa y lo hace con una colección de relatos breves, el género que más entusiasma al autor peruano y con el que se estrenó en el mundo literario. 

Bryce Echenique, un escritor con sentido del humor
Bryce Echenique, un escritor con sentido del humorlarazon

Alfredo Bryce Echenique aterrizó ayer en Barcelona para presentar su nuevo trabajo, una hermosa colección de cuentos titulada «La esposa del Rey de las Curvas», publicada por Anagrama. El autor habló con LA RAZÓN sobre su regreso a la narrativa breve, un género que no duda en calificar como su favorito. Cansado por el «jet-lag», copa de vino tinto en mano, Bryce empezó a hablar antes de que le fuera formulada la primera pregunta.–Más o menos este libro ha salido en Anagrama a la vez que la edición peruana, que la edición limeña.–«La esposa del Rey de las Curvas» supone su regreso al cuento, un género en el que siempre ha estado cómodo y al que ha dedicado varios libros.–¿Por qué vuelvo al cuento? Creo que para un narrador, para un escritor, el cuento es un género mucho más difícil que la novela. Como decía el gran Julio Cortázar, en la novela puedes ganar por puntos, te puede salir cojonuda, pero el cuento, si no se gana por K.O. no es bueno. Claro que esto es una chabacanada dicha por un argentino, pero que era un maestro del cuento. Como a todos los narradores, desde Hemingway, a mí me interesa. Si logro acabar la novela en la que estoy quiero volver al cuento. –¿Cómo cree que debería ser el cuento perfecto?–Solamente pueden ser buenos porque sino fracasan. La novela puede tener momentos en los que baja y luego sube, pero el cuento sólo puede ser «knockout», perfecto. Además, mis cuentos pueden tener más de novela. Teóricamente deberían empezar con misterio. No me gusta estafar al lector entreteniéndole sin que sepa lo que está leyendo. Yo en la primera página ya cuento el desenlace. Lo que me gusta es luego contar cómo pasó y que el lector camine conmigo. En el libro hay un cuento, «La chica Pazos», que creo es casi novelesco por su extensión. Es sobre el amor de un viejo con una adolescente de apellido Pazos. En su inicio, ya digo que fracasé, que no fui bueno, pero hoy a los 70 años la amo. –Usted empezó en la literatura precisamente con un libro de cuentos.–Sí, mi primer libro fue de cuentos, el segundo una novela. Pensé que siempre iba a poder alternar la novela y el cuento, pero al final me tragaron la novela y las memorias. De 25 libros escritos, solamente seis son de cuentos. Cuando termine esta novela salvaje que estoy escribiendo, con crímenes, pobreza y familia, regresaré a estos relatos.–En alguna ocasión ha comentado que le gusta reivindicar la realidad.–Mire, los novelistas del «boom», que fueron mis maestros y sobre los que di clases en la universidad, fueron muy buenos amigos, los mejores. Creo que ser profesor de literatura en Francia, para una persona como yo, fue una ocasión para enseñar una literatura absolutamente única, ligada a la española o a la francesa. Pero éramos superiores aunque hubiéramos puesto la parte izquierda. Pude desmentir todas las falsedades que se habían inventado sobre la América Latina y «El cóndor pasa». La revolución del 68 se acabó cuando se separaron Simon y Garfunkel. Pelotudos. Imbéciles. Eso no es así. Los franceses, se han inventado una América Latina: existen la que se inventaron y la real.–De esa América Latina inventada, ¿qué nombres cree que siguen viviendo de ese cuento?–«El cóndor pasa». Es una frasecita con la que te querían llevar a la cama y que cuando estabas en un restaurante te la cantaban. Y la cagaban porque eso no era peruano. Eso era provenía de un señorito peruano que vivía en París y lo escribiócomo aria de una ópera para estrenar en Milán. El caso es que de peruano no tenía nada.–En esta crítica que usted realiza, ¿también introduciría a las revoluciones?–Yo viví la revolución del 68, pero la viví arrojando Guinness contra todo el mundo y contra mí mismo. Eso para empezar.Era una revolución digna. Nosotros los latinoamericanos, traíamos el discurso del Che Guevara y de Fidel Castro, que hablaban mejor que nadie. Ir contra todo fue mi trabajo. Era doloroso porque estos chicos estaban muy enamorados de esa América. Yo no tenía la plata que se me atribuía entonces.–En uno de los cuentos de «La esposa del Rey de las Curvas», el titulado «Un viaje corto y final» habla de un viaje a La Habana. En un momento dado se pregunta qué es peor: si Cuba o si Fidel Castro. ¿Qué cree que es peor?–Cuba nunca será peor. Algún día, yo no sé cómo, morirán los Castro. Cuba es decepcionante. Un año fui con mi esposa y estuve alllí, pero no en Varadero porque yo ya no viajo a países sino a ver a amigos. El amigo que me invitó me robó el dinero. Acabé deshecho. Era el amigo, al que fui a llevarle de todo, el que me asaltó y me robó. Era mi hermano. Me dolió. Por eso yo ya no vuelvo más.–Barcelona es otra de sus ciudades y usted ha dicho que en ella casi se muere de soledad.–Eso es cierto por dos cosas. A un amigo y alumno, Michel, le dio un ataque al corazón y casi se muere. Poco tiempo después, Mireia –mi secretaria, amiga, novia– padeció un cáncer y la quimioterapia le atacó al cerebro. Perdió el habla y también el movimiento. Después me estafaron con las obras de mi piso. Siempre tuve un gran amigo médico, Luis Ferrer, casado con Eugenia Teixidor, que son lo mejor, y lo también lo mejor fueron los veranos en Viladrau. Es que allí han muerto José Agustín Goytisolo, Carlos Barral... Fue bastante jodido. La última Barcelona fue muy solitaria. El más viejo era yo y todos vivían en mi casa.–Bueno, en París también tenía gente en su casa. –Sí, pero todos eran amigos, no gorreros.